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Channel: El muro de Charlie Draug
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I Premio Ripley

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¿Que si le estoy dando fuerte a las antologías? Noooo, qué vaaaaa, ¡qué cosas tenéis!

… Bueno, sí.

Es una buena forma, como cualquier otra, de leer relatos de diversos escritores, aunque como servidor tiene sus preferencias, la fantasía y la ciencia-ficción me pueden. De ahí que leyera «No son molinos», y de ahí también que ahora me haya leído el recopilatorio del «I Premio Ripley», publicado por Triskel Ediciones. Así, doce autoras con sus respectivos relatos de ciencia-ficción y terror se dan cita en esta antología que, no os voy a mentir, me ha parecido canela fina.

Hay gente mucho más lista y sabia que yo sobre la invisibilidad de las autoras a lo largo de nuestra Historia, así que prefiero no comentarlo. Aparte, de eso y de que siempre han estado ahí ya habla Elia Barceló en el prólogo de la antología. Es un prólogo corto y directo, dando una breve historia de la fantasía, CiFi y terror escrita por mujeres españolas, y además de servir como breve introducción a los doce relatos del recopilatorio. No destripa nada y contribuye a que el interés crezca por cada relato.

La antología se divide en cuatro partes, cada una con un nombre de las estaciones del año. Esta división no es nada trivial, ya que fue en su momento una de las condiciones del concurso, igual que actualmente son los cuatro elementos. Es una idea bastante buena a la hora de agrupar relatos, aunque la estación solo sea mentada y no influya en el relato.

¿Qué puedo decir en general de estos relatos, aparte de que me ha gustado lo que he visto, con matices en algunos momentos? No creo que, como con «No son molinos», pueda sacar unas conclusiones generales. No existe realmente una temática común, incluso las estaciones, como digo, pueden ser simplemente anecdóticas, si bien es curioso que los dos relatos de Otoño sean puramente de terror, con algún tinte fantástico.

Lo único que puedo tener claro es la variedad de estilos que hay entre las distintas historias, la cantidad de protagonistas femeninas y no humanas (sean alienígenas o androides o cualquier otra criatura) y, en general, un nivel muy alto en cuanto a recursos y narrativa. Eso y que ningún relato me ha disgustado.

Así que prefiero hablar por cada relato. De nuevo, como con «No son molinos», no me explayaré demasiado, aunque igual un poco más que entonces. Son doce, ¡tampoco podemos tochear tanto!

 

Invierno

Granja-357 (Míriam Iriarte, ganadora)

El relato ganador de una extraña criatura polimorfa tratando de huir de sus captores es un pistoletazo de salida, todo sea dicho, brutal. Narrada en segunda persona, nos ayuda a compartir las sensaciones de esta curiosa protagonista en su lucha por la libertad.

Precisamente al ponernos en la piel de esta criatura es como conseguimos empatizar con ella. Todo lo que ve, siente y piensa, cómo va redescubriendo cosas que apenas recordaba, las reacciones ante los «seres pensantes»… El relato entero consigue mantenerte en vilo en todo momento, incluso en los momentos de relativa calma hay una tensión imposible de ignorar.

No sé si es intencionado, además, que podamos vislumbrar la mala costumbre humana de abusar de sus recursos, y hay en la narración un eco de lucha contra la esclavitud, que no entiende de especies.

 

Plutón (Chus Álvarez)

Ruth es la albacea de Julián, un chico cuya enfermedad lo deja postrado en la cama, con la única compañía de sus médicos, sus libros y su gato Plutón. Ruth y Julián comienzan a llevarse bien gracias a esa pasión por la literatura, pese a la enfermedad.

La historia combina pequeñas alegrías con tristeza y melancolía, todo en su justa medida, y con cierto elemento insinuado en un momento haciendo aparición cuando debe.

El relato no oculta en ningún momento la influencia y fascinación por Edgar Allan Poe. De hecho, su baza está en que es capaz de mimetizar y honrar al mismo tiempo al escritor estadounidense. Que hace no mucho me leyera un recopilatorio de historias de Poe no ayuda a quitarse esa sensación, pero a la vez te permite comprender hasta qué punto el trabajo hecho aquí es bueno. Muy bueno.

 

Tras mi último invierno (Gisela Baños)

En un futuro en el que la muerte ha sido prácticamente vencida, una veterana despierta por quinta vez y hace balance de lo que ha vivido hasta ahora.

La inmortalidad es un tema que está bien tratar de vez en cuando. Este relato visita bastantes lugares comunes sobre la reflexión acerca de una vida eterna, o casi eterna. Leerlo en primera persona, precisamente analizando esa vida tan larga, y con una reflexión como que no tememos tanto morir como si vivir y no aprovecharlo. Hay cosas que hacer, gente que conocer… e incluso amar.

No necesita profundizar en exceso para hacerte pensar y valorar un poco más lo que tienes.

 

 

Primavera

Asimilación cultural (Mar Vieites, finalista)

Los contactos con especies alienígenas no nos son ajenos en la ficción. En este caso, lo vemos desde el punto de vista de un alienígena, y su intento de adaptarte a la vida en la Tierra durante el medio año que pasará en Berlín.

Este relato es el más desenfadado de la colección, y lo aprovecha muy bien. Viene bien un poco de humor, de ese choque cultural venido de otro planeta. También es interesante la visión de cómo su protagonista, que viene de una especie sin sexo ni género, tiene que adaptarse, aun temporalmente, al dimorfismo sexual y cultural de nuestra especie.

Un poco de autocrítica humana y algo de humor, y queda una historia fresca y curiosa.

 

Descendiente (Arantxa Comes)

¿Los androides pueden sentir? Uno se pregunta esto y, directamente, puede pasar de ello, y pensar que claro, que en el futuro podrán… Pero hay quien prefiere pensar bien en hasta qué punto realmente se parecerían a nosotros.

Eso es lo que explora esta historia, con una androide cuidando y ayudando a uno de los pocos humanos que aún quedan vivos. Choca bastante la frialdad con la que se trata todo, sobre todo porque es desde el punto de vista de la protagonista, pero todo tiene sentido. No hablamos de una humana, sino de una androide.

Y, precisamente, es ese choque entre su apatía y los sentimientos del humano que la creó lo que nos conduce a este relato con gusto agridulce.

 

El juicio de los Maar-na (Viviana Rodil)

Un hombre huye después de haber cometido lo que considera crímenes contra la Humanidad. Sin embargo, se encuentra con que hay quien parece tener mejor juicio a la hora de decidir no solo su destino, sino el de toda la especie.

Un relato sobre encuentros alienígenas, del tipo de especies que han vivido tanto tiempo en el Universo que se convierte en jueces, jurados y ejecutores. La explicación para el encuentro y el juicio del título parecen en principio más bien una excusa, aunque la lectura del relato deja claro que los prejuicios no son buenos. Engancha y sorprende cómo comprendemos las motivaciones del protagonitas, y te hace pensar hasta qué punto una persona puede realmente ser representante de la Humanidad.

El uso de la simbología de las flores y la confusión entre lo que es real o no son un añadido de agradecer para un relato que evita caer en juicios maniqueos.

 

Androidismo en el tiempo (Coral Carracedo)

No solo la frialdad y los sentimientos son algo que se pueda tratar sobre los robots. ¿Las inteligencias artificales llegarán a estar realmente vivas? ¿Puede una IA o un robot ser un compañero sentimental? ¿Y si pudiéramos convertir nuestra conciencia y nuestro físico en un producto descargable?

La historia se cuenta a través de recortes de artículos, entrevistas y videoblogs. Ayuda a dar diferentes puntos de vista sobre un fenómeno que no es tan lejano como son los sexbots. Lo interesante también es el tratamiento de todo el relato, buscando la reivindicación, especialmente feminista. Consigue no ser únicamente una cuestión acerca de IAs, sino también de nuestra propia naturaleza, de quiénes somos y sobre hasta qué punto podemos usar bien o mal las herramientas a nuestro alcance.

Ética y activismo se dan la mano en un relato que no intenta ser bonito, y ahí acierta.

 

 

Verano

Proyecto Quimera (Patricia Janikowski)

En un futuro más que distópico, una institución empieza a realizar toda clase de experimentos en torno a la intimidad, la identidad y la vigilancia. Poco a poco todos los movimientos de la protagonista y el resto de internados están vigilados, pero un incidente concreto deja claro que hay algo más… y todavía peor que la vigilancia extrema.

A decir verdad, cuando lo leí la primera vez me dejó bastante confuso. Siendo un relato en primera persona, conocemos todo lo que la protagonista piensa, pero hay un detalle y es que ella no conoce todo. Y aquí es donde está mi confusión inicial, pero también acaba siendo lo mejor del relato: las preguntas sin responder.

Juega con la confusión y la ignorancia, con el no saber qué ha pasado. Pero esa distopía y esa incertidumbre tardan en desaparecer. Y lo digo como algo bueno, si bien, admito, es el relato que menos me gustó en su primera lectura porque entendí tarde esa confusión premeditada (que es distinto a «no me ha gustado»).

 

Los límites del cielo (Irantzu Tato)

Un equipo científico consigue hacer grandes avances en microrrobótica que podrían suponer un paso de gigante para la neurología. El jefe del proyecto, a lo largo de los años, nos cuenta no solo estos progresos, sino también un poco de su vida personal, en extractos de sus videoblogs.

Al principio la historia resulta muy entusiasta. Puedes notar la emoción de su protagonista hablando de su proyecto; pese a la cautela, brilla con su felicidad cuando algo sale bien en su vida, tanto profesional como personal. La empatía con su protagonista es su mejor baza… en un primer momento.

¿Por qué digo esto? Porque aunque lo es en un principio, creo que lo realmente mejor de todo es que el avance de la historia tiene ciertas señales que van adivinando un final inesperado en su primera lectura (obviamente). Y eso supone también, en su giro, un leve cambio en la estructura de la historia, un cambio muy bien planteado.

 

Perlora (Alicia Sánchez Martínez)

Una congénere se lleva a su criatura de vacaciones a Perlora. O al menos será como si fuesen de vacaciones. Como si.

Este relato es… extraño, la verdad. Pero no es malo. Es consciente de que lo que vemos no tiene por qué ser la realidad, de que hay algo virtual en todo ello. Pero ¿qué es real y qué no lo es? ¿Por qué hay unas criaturas que parecen no pensar y unas congéneres que no sienten? La propia protagonista se plantea estas dudas y otras, hasta llegar a un final en el que no sabes si sentir pena o asco por ella. Esos sentimientos confusos culminan una historia que empieza de forma mundana y acaba con un escalofrío.

Lo único que me fastidia es que, de pronto, una de las congéneres pase de llamarse Rosamund a Rosemund… ¿O es intencionado, Ro-sa-mund (esto solo se va a pillar si se ha leído el relato)?

 

 

Otoño

El ojo herido (Laura Replinger)

Si «Plutón» era un homenaje al relato gótico de Poe, esta historia hace lo propio con las historias victorianas de familias extrañas y elementos sobrenaturales. Los elementos feéricos son sutiles en esta historia sobre una niña cuya madre muere al dar a luz a su hermano.

Aunque la historia poco a poco va uniendo cabos y, a veces, pueda parecer predecible, no quita ningún mérito a cómo el relato va, precisamente, contando estos detalles que, por sabidos, no dejan de ser escabrosos. Hay una parte especialmente casi al final que resulta agobiante aunque conozcas el final.

Es un relato que mezcla el terror y la fantasía de forma notable. No me lo esperaba vista la antología en general, pero encaja.

 

Atardecer Rojo (Raquel G. Álvarez-Calderón)

La felicidad es algo que tan pronto llega como se va. Cuando el protagonista conoce a una familia que huye de los problemas de la ciudad y recupera la felicidad en este pueblo, decide que es mejor que la dicha sea preservada, pero… algo ocurre.

Este relato se me ha hecho muy, muy corto. No es malo, todo lo contrario: la forma en que está narrado el relato, manteniendo el suspense en todo momento, es de las cosas que hacen que te quedes con el corazón en un puño. Juega muy bien con la narración, con el punto de vista del protagonista, con la evolución de su actitud y su ánimo a medida que se va revelando todo, hasta llegar al inevitable final.

Es eso, corto, pero con tantas cosas que, cuanto más pienso en él, más me sorprende que incluya tanta tensión y agobio en tan pocas páginas.


Cuadernos de Medusa

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Otro recopilatorio a la saca. Esta vez es la primera obra editada por Amor de Madre y su título es «Cuadernos de Medusa».

¿Por qué el nombre de Medusa para esta colección? La propia web y la contraportada del libro dejan claro el porqué: en la interpretación clásica, Medusa, violada por Poseidón, era poco más que un monstruo, avergonzada y aislada solo para que Perseo acabe decapitándola; las interpretaciones más actuales recuperan el papel de Atenea en la famosa mirada petrificadora de Medusa, no como castigo, sino como arma para que nadie más le haga daño. Es curioso cómo nuestra percepción cambia según cómo nos muestran las historias.

Y en buena parte eso es lo que supone «Cuadernos de Medusa»: una aproximación con una nueva persepctiva, más comprometida con el feminismo y el activismo LGTB. En una época en la que por fin mujeres y personas LGTB pueden verse representadas, sigue siendo triste que haya quien diga que su presencia en la ficción está forzada o que hay una dictadura de lo políticamente correcto. De eso ya he soltado burradas yo también, y hay gente mucho más sabia que yo que podrá contároslo.

Fuente de la imagen: la web de Amor de Madre

Aquí venimos a celebrar esa representación. Porque siempre se dirá que la representación importa, y así es como lo demuestra esta colección de relatos, quince en total. Hay relatos que, dirá la gente, son más directos o descarados en su propósito, yo os diré que son necesarios, porque hay perspectivas que hemos enterrado e invisibilizado, y que las veamos y nos incomoden quiere decir que nos queda mucho por hacer y valorar.

Como digo, hay gente más experta que yo en esos temas.

Hay que decir que este es un buen comienzo para la editorial Amor de Madre: tabla blanda, grandecito, una portada preciosa… Me da pena que haya relatos a los que les hubiera venido bien alguna corrección. Lo achaco a, precisamente, ser una editorial nueva, y estoy convencido de que en el futuro veremos más y mejor. Es un comienzo prometedor, todo sea dicho, y el contenido sigue siendo más que disfrutable.

Así que ya sabéis cómo va esto, lo habéis visto en los dos recopilatorios que ya comenté: hablo un poco de cada relato, con mi opinión, y listos.

Una buena vida (María Míguez Lamanuzzi)

Encarna y Agustina son dos jubiladas y las mejores amigas que pueda haber. Incluso en las situaciones más extrañas, nada las puede separar de sus ensoñaciones, sus buenos ratos y la compañía de una y otra. Tal y como está contado el relato, sientes mucho cariño por estas dos mujeres.

Y es lo que sustenta todo el relato: el conocer tan bien la relación entre Encarna y Agustina, y que quieres que todo les salga bien. Es Encarna quien cuenta la historia, y es como percibes ese cariño, ese amor (porque, como la propia narradora dice, lo que siente por Agustina sí es amor y no lo que siente por su marido, que «es otra cosa pero no exactamente amor».

Tampoco puedo hablar mucho del relato porque hay una parte que le quitaría… en fin… Que es una gran forma de comenzar el recopilatorio, todo sea dicho.

 

La Manada (Laura Gómez Navas)

Cierta manada mediática aún está presente en la mente de bastantes personas, yo incluido. Y no es bueno para el estómago, porque no deja de revolverse. Sin embargo, la manda de la que habla la autora de este relato es otra: una manada de hermanas, de mujeres, de aquellas que se apoyan entre sí, de las que buscan nuevas integrantes para un grupo que no debe dejar de crecer.

Se muestra desde la perspectiva de cuatro animales: la loba, la yegua, la hormiga y la gata. No solo hay un paralelismo con estos animales, también hay una interpretación literal. Recuerdo que la primera vez que lo leí se me hizo confuso por esos saltos de perspectiva, pero en la relectura veo lo necesario que es porque, a fin de cuentas, hay puntos de vista diferentes del mismo asunto.

Y leerlo puede llenarte de esperanza como también puede hundirte. Y, si eres hombre, deberías reflexionar y hacer autocrítica después de leer este relato, especialmente la parte de la gata.

 

La Historia nos olvidará (Haizea M. Zubieta)

Un relato de la Primera Guerra Mundial donde los protagonistas son Eunice, una enfermera, y Charlie, el soldado por el que ella tiene que hacerse pasar si quieren salvar la vida y Soissons. Lo interesante aquí es lo que rodea al soldado en cuestión, en una época en la que ciertas revelaciones y realidades no son tan bienvenidas. Además, también es un relato sobre la invisibilización. Si no eres ‘lo normal’ (hombre blanco y demás), olvídate: la Historia te olvidará, como bien dice el título.

El relato es rápido de leer, y describe con poco a los personajes. No da demasiados rodeos para hablar tanto de la crueldad del conflicto como de las dificultades que sufren tanto Eunice como Charlie. Eso hace que tampoco pueda hablar mucho más allá de lo contado en el primer párrafo, que describe muy bien lo que se siente.

 

Memorias del ático (Elizabeth Duval)

Grietas. Metafóricas y reales. Eso es lo que se saca del diario de la protagonista, que habla de sus sentimientos contradictorios, de cómo se siente ella misma y de lo que siente hacia su amiga Liza.

Es interesante que su autora se haya decantado por el formato de diario. Hay entradas más largas, otras más cortas, incluso las hay vacías, lo que me ha sorprendido. Consigue dar una sensación sobre el tiempo distinta, para fijarte bien en cómo pasan los días, hay veces que escribe de seguido, otras que tarda… Y todo eso, además, ayuda a comprender mejor a su narradora.

Y es que el paso del tiempo no solo sirve para marcar el ritmo aquí, sino también para ver cómo y cuándo las heridas de su protagonista se cierren y abran, como las grietas de su ático. Compartimos con ella sus contradicciones, sus buenos y malos momentos, y el porqué vive tan lejos, tan alto.

 

Elige tu propio sábado noche (Víctor Martín-Pozuelo)

Convertir tu relato en un «Elige tu propia aventura» ya es una idea interesante de por sí. Su tono cómico ayuda también, pero el hecho de que tenga, en poco espacio, muchos caminos y alternativas permiten ir construyendo distintas experiencias, aunque algunas acaben igual.

También sirve como una crítica a la actitud de salir de copas a ligar a ciegas y de lo pesados que podemos ser, porque el consentimiento es algo que nos suena a extranjero. Todo con humor y un toque fantástico, lo mismo es de la cantidad de copas que te has tomado siguiendo el relato.

Y por si a alguien le interesa mi primera elección (la supuestamente sincera, por así decirlo) fue 1-26-3-20-11-2-12-21-8. Los que lo habéis leído (y su autor) me entenderéis.

 

Saltacuerpos (Rocío Vega Helguera)

Un relato ciberpunk que se libra de los neones y los prostíbulos cibernéticos para darnos un concepto muy interesante: conciencias que pueden ocupar otros cuerpos a través de la Red.

La premisa me gusta, pero es que tal y como se plantea además dentro del relato, con su protagonista recordando quién es, qué tiene que hacer y, entre medias, darnos esas pequeñas informaciones sobre su mundo, me ha parecido genial. Una forma trabajada de construir una sociedad distópica y tecnológica donde la identidad y el cuerpo no son tan importantes, y pueden desahuciarte de tu propio cuerpo.

También es una historia de esperanza y de amor, de las dificultades y dudas que pueden surgir, y el planteamiento de que igual es mejor morir con quien amas que vivir una eternidad solitaria en la Red.

 

Un sol en la frente (Julia Viejo)

Tal vez sea esta de las historias que peor cuerpo me han dejado: tal y como poco a poco se revelan detalles del mundo en el que sucede, no queda otra. Una historia de supervivencia en una casa, aislada del mundo, a pesar de que parezca que ahí fuera sigue la vida. Pero no es tal y como la conocemos ahora.

El relato está narrado por una niña que vive con su cuidadora, una mujer que trata de protegerla cuando no pudo hacer lo mismo con sus hermanas. Son felices, pero cautelosas, y todo lo que saben del exterior queda reducido a dos libros. Y la sensación de aislamiento es constante, junto a un pequeño halo de esperanza que intenta mantenerse hasta el final.

Hablando del final, esta parte es la que está más apresurada, aunque en la relectura, y viendo cómo termina todo, tiene sentido.

 

La cazadora de trufas (Silvia Hidalgo)

Le llaman ‘Cosita’, aunque no quiere que le llamen eso. Y se va a encargar de entrenar a un cerdito albino para que busque trufas, por mucho que tradicionalmente sean las cerdas quienen salgan a buscarlas. El relato deja bien claro su propósito, pero lo hace de una forma gradual.

Vemos todo a través del padre de ‘Cosita’ y, como digo, los cambios que observa, tanto en su prole como en el cerdo albino, son graduales, va poco a poco observándolos. Es curioso también ver cómo contrasta la comprensión e ignorancia del padre, un señor de pueblo dedicado a las trufas, con la hostilidad con la que el mundo urbano rechaza a Ale, a ‘Cosita’.

Me ha gustado mucho este relato de la búsqueda de tu propia identidad, todo sea dicho, porque lo trata con cariño y comprensión, y nos da ese punto de vista del que intenta entender lo que se le escapa.

 

El mito de Hi’Haka (Erika Okumura)

No estoy familiarizado con los mitos hawaiianos, pero en la presentación del libro en Madrid la autora de este relato comentó lo mucho que le gusta combinar estos con historias de otros lugares del mundo, e incluso inventar sus propios mitos. Y este relato es una muestra de ello.

Una narración en primera persona que nos lleva a un mundo de semidioses, tigresas coléricas, canciones, cafeterías y caos muy interesante. Es la historia de cómo dos mujeres se conocen, de la forma más fortuita posible, y la maldición que intenta separarlas. De montañas y volcanes, de distancias aparentemente insalvables.

Como ejercicio mitológico es interesante, aunque sí que admito que con las últimas páginas estuve un poco confuso. Supongo que tiene mucho que ver con la mención, al principio y al final, de cómo el flujo del tiempo puede ser… extraño.

 

Zimmeria: una historia de espada y brujería (Andrés López)

Dos aventureros van a derrocar a una reina de los elfos oscuros y… el resto es historia. Algo diferente, pero historia a fin de cuentas.

El relato no se anda con chiquitas: con humor y fantasía nos presenta el mundo de los aliados que van de amigos de las mujeres y luego muestran su rostro, de mentiras, de dobles morales… Eso es lo mejor del relato, desde luego, y lo hace con descaro y parodia.

Aparte de esto, entiendo que la historia busca más asemejarse a una partida de rol de mesa o de videojuego que a una épica menos lúdica, pero en parte me ha sacado un poco el tema. Quiero decir, en RPGs hemos rapiñados cadáveres de bichos que contienen objetos de valor o dormido frente a la guarida de la villana como si nada… verlo en un relato no me termina de cuadrar. Pero vamos, quejas mías, como digo, el relato viene bien como tirón de orejas a los aliados.

 

El Monstruo (Clara Morales)

Este relato es… curioso. Extraño. Y estoy seguro de que es la intención de la autora. Lo digo especialmente por su final, que me ha dejado bastante descolocado.

La narradora de esta historia nos habla de cómo hay gente que percibe a los demás como ‘monstruos’ cuando se salen de la norma. Ella siente que hay algo en ella relacionado con esto. Uno, cuando lee el relato, sabe cuánto hay de real y cuánto es fantasía, porque la propia narradora lo confirma. Ese juego es el que, creo, me ha dejado confuso al final.

Uno se encuentra en este relato con monstruos, sí, pero monstruos que han nacido de quienes ven a los que no son ‘normales’ como tales. Porque los despojan de su humanidad. Y da escalofríos pensar en cómo es tan fácil deshumanizar a los diferentes.

 

Una mujer maravillosa (Cassandra Vera)

En este relato seguimos un día de la vida de Clara, pero no uno cualquiera: es el día en que ella por fin puede mostrarse al mundo como quien es, y no como lo que le impusieron desde la cuna. También vemos que encontrará tanto apoyo como rechazo.

Es tal vez el relato que más directamente toca los temas que trata, incluso remarcando si alguien es comprensivo, rancio o incluso de extrema derecha. No sé hasta qué punto todo esto beneficia o no al relato, porque no son tan conocedor de lo que rodea a las personas trans. Pero puedes sentir la alegría cuando Clara encuentra a quienes la comprenden, y dolor cuando ve el rechazo.

La sorpresa final… bueno, no es tampoco una sorpresa, porque el relato te va dejando caer detalles, pero que el relato tenga un final feliz pese a las dificultades se agradece.

 

Romeo y Julio (Nacho Bravo)

Por su nombre, creí que sería, simplemente, una versión abreviada de Romeo y Julieta pero con dos hombres. Me alegra equivocarme, una vez más. El relato va de cómo en el patio de colegio podemos descubrir muchas cosas sobre nosotros, y lo vemos desde dos puntos de vista: el de Bernardo «Julio» y el de Jonathan «Romeo».

La parte de Bernardo explorar el sentimiento de dejar claros tus sentimientos y la comprensión de tu familia; me parece acertado que la familia de Bernardo intente ser comprensiva, pese a la sorpresa, que al menos trate de entender. La parte de Jonathan se centra en el armario en el que mucha gente se esconde, y que puede llegar el día en que puedas salir de ahí; es lo que hace Jonathan, es lo que siente, y lo que vemos bien reflejado.

Tal vez lo único que no termino de encajar es las referencias a la edición más reciente de Operación Triunfo (aunque se reconozca su valor en la visibilidad femenina y LGTB), que sé que es cosa mía, pero tengo miedo a que se quede en algo caduco y que no sobreviva al tiempo. Porque es verdad que esta es una buena forma de dejar claro que es importante que sea visible.

 

Carta de amor a un sentimiento (Sara Levesque)

La que puede ser una carta por un amor no correspondido se va convirtiendo, a medida que avanza, en una declaración de intenciones, en una confesión y en una mirada introspectiva. Su escritora utiliza esta carta no solo para confesar sus sentimientos a la mujer que ama y ahora está lejos, sino también para que ella misma evolucione y pase de lamentarse a aceptar la situación sin olvidar que aquella que no está sigue en su corazón.

Una cosa que me ha gustado mucho es la sonoridad de esta carta. A medida que lo leía, sobre todo en la relectura, la entonación que tenía en mi mente se aproximaba más al poema que a la prosa. El hecho de que haya algunas rimas repartidas aquí y allá consiguen que el efecto sea más apreciable.

 

La Liga (Eva Cid)

Este relato lo tiene todo: mujeres dando caña, mujeres planificando, mujeres dirigiendo, mujeres luchando por un futuro mejor, mujeres con dudas y amores… Y oye, muy bien por esta parte. Lo que también me gusta es que, a pesar de lo que pueda parecer, no está todo ganado en esta rebelión liderada por una Liga que busca liberar a las mujeres del yugo misógino en un mundo lejos del nuestro.

La forma en que el relato no solo trata la relación entre dos de sus protagonistas, las caras más conocidas de esta Liga, sino con la hija de una de ellas, nos ofrece bastantes puntos de vista que ayudan también a replantearse lo que una sabe. Esto lleva ya no solo a la liberación de la mujer, sino a entender lo que es una patria o por qué el orgullo de nacer en un sitio no tiene sentido,

Lo que tengo claro es que se me ha hecho corto. Ojalá más sobre este mundo con estas luchadoras.

Binti

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Una de las cosas que agradezco en estos últimos años, especialmente desde que sigo a ciertas personas por redes sociales, es que pueda descubrir obras de autoras que, seguramente, jamás habría conocido de seguir siendo mi viejo yo. A través de La Nave Invisible empecé a saber sobre el afrofuturismo y una de sus más conocidas representantes, Nnedi Okorafor.

Así que, aun con todas las lecturas anteriores, tenía que hacer hueco a la primera parte de la trilogía de novelas cortas «Binti», que está siendo publicada en España por Crononauta.

Portada de la edición española [Fuente: la web de Crononauta]

Siendo esta una novela corta, por una vez no voy a aburriros con un tocho sobre la misma (lo que me faltaría es hacer un artículo más largo que la propia «Binti»), porque hablar de cualquier detalle puede, o no, ser un ligero destripe. De hecho, iré advirtiendo en el texto si algo puede ser un potencial spoiler.

Antes de nada, hablaré de la edición española en físico: es un libro pequeño, de ciento y poco páginas, con una portada maravillosa, y aunque tengo pendiente leerla en inglés, en ningún momento me ha parecido que la versión española tenga la sensación de que te pierdas algo por la traducción, así que me parece perfecto en esto.

Y ahora, vamos a la chicha…

¿De qué va «Binti»? En la propia página de Crononauta está la sinopsis, pero por si queréis leer mi resumen: es la historia de Binti, una muchacha himba que ha sido elegida para acudir a Oomza Uni, la más prestigiosa universidad de la galaxia; su familia se opone porque es la heredera del negocio familiar, y aun así, sin su conocimiento, se embarca en un viaje en el que pasan cosas… poco agradables.

Para ser una novela corta, «Binti» se las apaña en sus ciento y poco páginas para hablar de muchas cosas. Principalmente esta la idea de la identidad, vista desde muchas perspectivas.

Es, desde el comienzo, una conformación de tu identidad como individuo. Las decisiones de Binti, desde marcharse de casa a escondidas hasta el final del relato, suponen esa búsqueda más profunda de una misma ante las circunstancias que se le presentan. Eso también supone un desafío a lo que una ha sido, en este caso esa decisión de dejar a su familia, si bien en ningún momento se nos presenta como un corte absoluto con su pasado. Además, ¿cuántos hemos sentido la morriña de haber viajado para seguir adelante en la vida, dejando a nuestra familia atrás, y llamándoles o mandándoles mensajes para que sepan que estamos bien?

Pero también es una novela sobre quién se es desde una perspectiva cultural. Binti siempre tiene presente que es la primera himba aceptada en Oomza Uni, es su intento de mantener la conexión con su pueblo, su cultura, incluso a años luz de distancia. De hecho, en su viaje lleva una jarra grande de otjize, un pigmento ocre característico de los himba con el que cubren su cuerpo, y con mucho valor para ella por todo lo que representa. Lleva algo de su cultura, y lleva algo de sí misma aparte de sus portentosos conocimientos que la hacen merecedora de ir a una gran universidad.

Y este tema de identidad sigue también por el rechazo que experimenta entre los khoush, un pueblo árabe de este futuro (sí, son árabes, tal y como la propia Okorafor confirma). Es un rechazo basado en la ignorancia, en no entender al prójimo ni esforzarse. Irónicamente, cuando nos encontremos con las medusas espaciales, esa amenaza con la que los khoush llevan tiempo enfrentados, veremos algo parecido desde la perspectiva de Binti. Y sí, sé que aquí entramos en el tema de destripes: porque al final tenemos ese rechazo a lo ajeno, lo alienígena, de forma inconsciente; pero también tenemos la posibilidad de entender.

De esto también se vale la novela, porque nos introduce a los himba, un pueblo africano real, en un contexto de ciencia-ficción. Al igual que Binti va librándose de perjuicios y a su alrededor otros también los van perdiendo, nosotros también lo hacemos. Sé que en la realidad no es algo tan fácil, y hay momentos que podemos darlos por imposibles. Aquí, en una nave rumbo a Oomza Uni, tenemos esa oportunidad de compronder lo ajeno, lo alienígena, aunque los comienzos no sean prometedores.

Así que es una forma de definir a «Binti»: identidad y comprensión.

Y aquí estamos, a la espera de ver el resto de la trilogía. Con esta primera parte, es imposible no querer más.

Antihéroes

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Cuando tienes que elegir por dónde empezar con ciertos autores… es una decisión difícil, muy difícil. Desde que por redes intento aumentar la lectura de autoras, también me he visto con esa tesitura, concretamente con el dúo de Iria G. Parente y Selene M. Pascual, conocidas por su saga de Marabilia…

… Claro que, pese a que ellas mismas dicen que los libros de la saga son independientes, uno prefiere probar con algo que esté en su propio mundo, sin ser parte de algo más grande. Y coincidió con la promoción de la que, entonces, era su novela más reciente, “Antihéroes”. Me gustó la forma en que llevaron esta promoción, con la participación de su público habitual, con información de los protagonistas, con datos sobre lo que sería este universo de gente con poderes en pleno Madrid. ¿Quiénes son estos cinco muchachos, qué es CIRCE y por qué la gente tiene miedo de lo que se sale de la norma?

Así que ya había decidido por dónde empezaría con ellas.

Portada de “Antihéroes”. [Fuente: la web de Nocturna Ediciones]

Vamos a empezar diciendo que me ha gustado bastante esta novela, así que quienes tuvieran miedo porque dijera algo como «bah, novela juvenil» o cosas así, que no lo tengan. Aparte, ¿y qué si es novela juvenil? ¿Y por qué usar ese concepto como despectivo? A mí me parece genial que se dirija a un público más joven, que los mayores también podamos disfrutarlo. Es maravilloso que haya personas ahí fuera que les haya encantado, gente que poco a poco le haya ido gustando más, gente que igual no le ha gustado… Hay de todo, pero que cualquier lector de cualquier edad lo pueda leer sin que le traten de tonto es importante.

Y… bueno, vamos a ir hablando de lo que me ha gustado y lo que me ha gustado menos, que para eso tengo este blog, ¿no? Avanzo que las cosas buenas superan a las que no lo son tanto, pero hay que comentarlo todo, por supuesto.

Empiezo diciendo que esta es una historia de personajes. Sus historias personales importan más que la trama general de la novela, por eso creo conveniente que hable de ellos en primer lugar.

El libro ya comienza con fichas de los que son nuestros cinco protagonistas y sus habilidades: Yeray puede teleportarse; Alicia tiene telepatía; Cristian es médium; Esther puede viajar en el tiempo; y Mei utiliza telekinesis. Cada uno tiene su propia historia, que se nos presenta en esas fichas de forma muy resumida, fichas creadas por la organización gubernamental CIRCE. Todos ellos han acabado en un internado que mezcla otras escuelas para prodigios de la ficción, desde la Escuela Xavier para Jóvenes Talentos hasta la británica Hogwarts. Solo que en las entrañas de la abandonada estación de metro de Chamberí, y sin ser tan elegante. De hecho, la sensación que se da en la narración, dividida en capítulos contados por cada personaje, es opresiva  incluso aunque algunos ya se hayan hecho al ambiente.

Cuando nos metemos en la historia en sí, lo hacemos a través de Yeray, con dos capítulos en pasado describiéndonos cómo llegó al internado de CIRCE. Su actitud es la de un delincuente juvenil de buen fondo, algo que seguramente alguno pensará que haría más difícil empatizar con él… en mi caso, eso no fue así, porque era fácil entender sus motivaciones (conseguir dinero usando su teleportación para ayudar a su padre, viudo, en el paro y con depresión); son sus referencias constantes a la cultura popular las que me agotaban más, aunque fuese coherente con el personaje. Su arquetipo es conocido, quitando las referencias, pero me gusta cómo en la obra vemos su evolución (aunque él parezca negarse), y cómo también, como digo, nos sirve de guía.

Lo de que sea nuestro guía es obvio, porque la parte de revelación de este mundo la hacemos gracias a sus episodios. Yeray empieza a conocer lo que es CIRCE, conoce a sus compañeros y sus habilidades, se convierte en el pegamento que los une (no por nada, es quien consigue que se unan para huir). Pero, sobre todo, descubrimos con él la que será la verdadera esencia de la obra: no es tan especial porque hay más gente con poderes, y que pese a su soberbia, fingida o no, aprenderá que lo que consideraba normal solo es una imposición, que reprime a quien se salga de ello, y que ser ‘especial’ no te libra de tus propios prejuicios, heredados de la sociedad.

No por nada, la sensación general es que, por ello, Yeray es el personaje mejor desarrollado del quinteto protagonista, lo conocemos mejor, y lo vemos crecer más que a cualquier otro.

Lo que no quita mérito al resto de protagonistas, aunque con distintos niveles. Las narraciones de Alicia y Cristian son, en buena parte, parecidas, son crónicas que se cuentan a sí mismos. Pero más allá de lo formal, realmente el contenido, no el continente, es lo que los diferencia.

Alicia lucha por mantener su seguridad, esa fuerza que consiguió al obtener su telepatía, pero que a la vez supuso su maldición, porque no podía fiarse de nadie, porque la hipocresía aflora, y ella necesita mantenerse íntegra, porque es lo que le queda. Su arco argumental es este, tenga o no sus habilidades de telépata: el demostrase a sí misma como es, no como los demás quieren que ella sea. Y con el grupo es capaz de ser ella misma, lo que lleva incluso a encontrar el apoyo que necesita, especialmente de una persona concreta… que no menciono, porque no es plan de ir destripando todo.

Por su parte, Cristian es mucho más inseguro, ya que su habilidad le debería permitir controlar a los fantasmas… y, sin embargo, solo consigue que lo dominen a él. No es hasta que tiene un incidente en el adistramiento de CIRCE con un espíritu, Álex, cuando empieza su propio camino, aunque tiene que ser forzado por el espíritu que ahora habita su cuerpo, no es algo que lleve él mismo. Es curioso, porque los personajes inseguros no suelen tener apoyos y al final se enfrentan solos a todo, pero tanto el resto del quintento como Álex (de quien hablaré más tarde) hacen que pase de ser un personaje poco interesante a uno que, pese a no crecer tanto, consiga cambiar lo suficiente.

Ahora bien, aunque ellos dos están bastante bien, creo que la sorpresa me la llevé con Esther. Y por dos razones. La primera es la forma en que se narra, con cartas, a veces adornadas con fotos (dibujadas por Kloe de Saga, autora también de la portada y los retratos de los protagonistas), a su yo del pasado, atormentada por algo que ocurrió hace años y que, espera, pueda arreglar cuando sus poderes sobre el tiempo estén perfeccionados; por otro lado, está su lucha contra la invisibilización.

Porque si con Yeray descubrimos la esencia de la obra sobre lo que es normal, es Esther la que nos lo deja más que claro. Y es ella la que nos habla de la invisibilidad de todo lo que no siga unas normas. No, no hace falta ninguna sutileza aquí, y es que tanto las autoras como sus personajes lo plantan: la invisibilización y estigmatización de identidades que no son las que la sociedad dicta como normales, sean poderes, identidad de género o sexual.

Y ahora llego al eslabón débil del quinteto: Mei. No me malinterpretéis, no es que sea pobre en cuanto a caracterización. Se diferencia a la hora de narrar de Alicia y Cristian en el hecho de que se lo cuenta a su muñeca, Arlenne. Mei vive con el trauma de que sus poderes harán daño a los demás, por un evento del pasado, y es lo que dominará su relato. Es la insistencia en el no hacer daño a los demás, en su miedo, lo que acaba cansando. Sé que es parte de su arco, es parte de ella, pero resulta muy insistente. Y, una vez da el paso, su arco queda parado, como si no pudiera avanzar más, y es una lástima, porque el superar sus miedos no debería ser el final, sino el comienzo de algo nuevo.

Ahora, respecto a los secundarios, hay una de cal y otra de arena. Por la parte buena tenemos a Álex, el espíritu que se cuela en el cuerpo de Cristian. Con Álex conocemos parte de su vida en CIRCE, y también sus motivaciones. Porque cuando eres un fantasma atrapado en Chamberí al morir allí, lo primero que necesitas es un cuerpo, y aunque actúa de forma egoísta, con el quinteto todo esto puede cambiar.

Podría hablar de otro personaje que también es muy interesante, pero dejaré caer su nombre para quienes leáis la novela: Sam. Tenedlo en cuenta.

¿Lo malo de los secundarios? Los villanos. CIRCE. Sabemos que es una organización del Gobierno español, y que no deja de ser parte de algo más grande, algo mundial. Pero aparte de ser la amenaza que persiga a nuestros protagonistas, poco o nada sabemos de ellos. Aparte de las ocasionales luces de gas que lanzan sobre sus internados, haciéndoles creer que son un peligro que debe ser entrenado para servir al ‘bien’, es como si disfrutaran con eso de ser villanos planos. CIRCE es, tal vez, la mayor decepción que me llevo con esta novela, aunque supondré también que, pese a ser los malos, no son el verdadero foco de la novela.

Vale, pero… ¿qué hay entonces de la trama? ¿Cómo que CIRCE no es el verdadero foco? Como ya he dicho, la esencia de la novela es desafiar lo que nos han impuesto como normal, que nuestra identidad, nuestras habilidades, lo nuestro es lo que nos hace personas, y que como tales personas nos tienen que ver los que creen que somos poco más que bichos raros.

Aun así, la historia está ahí: la historia de un internado, de cómo los cinco protagonistas (más Álex… así que sería sexteto, más bien) consiguen huir, recuperar sus poderes y prepararse para lo que está por llegar.

La primera parte es una presentación de los personajes, conocer un poco la vida del internado de CIRCE y cómo, con la insistencia de Yeray, al final los protagonistas se unen para salir de allí. Es un comienzo lento, ya que necesita poner las primeras piezas del rompecabezas en su sitio, las motiviaciones, la situación actual. Y aun así, no se hace pesado en ningún momento, la forma en que está todo escrito permite avanzar rápido y sin perder detalle.

Es a partir de la huida de CIRCE, de moverse por distintos lugares del mundo y empezar a entrenar con sus poderes cuando la novela gana en interés. Es el momento en que los protagonistas comienzan a mejorar, a madurar, a hacerse fuertes para enfrentarse a CIRCE y al mundo. Tiene momentos en los que te deja emocionarte, reír, enfadarte… Es un no parar de sensaciones que te lleva a empatizar con todos y cada uno de los protagonistas.

Cuando las cosas se complican, parece que la cosa está estancada hasta que nos vamos acercando al final… Un final un tanto decepcionante por un lado, pero muy emotivo por otro.

Es inevitable el conflicto final con CIRCE, y es tan caótico como uno podría esperar (no, aquí no hay coreografías, son los Antihéroes, no los Vengadores), pero no es ese el problema. De hecho, el caos es lo que da un punto original a la lucha. Es lo anticlimático que se siente en su resolución, como si fuese al final todo demasiado fácil…

… Pero, como compensación, se vienen unos últimos capítulos, a modo de epílogo de cada personaje, que son de las cosas más emotivas que he leído. Especialmente la parte de Yeray, con la que se me escapó una lágrima. ¿Veis como al final era el mejor desarrollado?

Y ya digo: es una historia más centrada en los personajes que en los eventos a su alrededor, pese a que, obviamente, esos eventos también les van a afectar.

Así que ahí tenéis mi opinión. Me alegra que haya gente a la que le ha encantado, porque dice mucho, y bien, de sus autoras, de cómo han llegado a los demás. A mí también me ha llegado, pese a esos puntos que he sacado, porque al final, como ellas mismas dicen, no vamos a dejar que nadie sea invisible, ni juzgado por una sociedad cerrada.

En el fondo, a nuestra manera, más de uno podríamos ser también Antihéroes.

El Zodiac atraca

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Hace dos años y medio hablé de mi experiencia al convertirme en el nuevo dibujante de «Zodiac», el webcómic de Alfredo “Zel” Murillo y cuyo primer episodio dibujó Gonzalo San Martín.

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«Zodiac», como algunos recordaréis, nos sitúa a finales del siglo XVI, concretamente en una ucronía donde el Imperio Español de Felipe II tiene en su poder la avanzada tecnología atlante, y gracias a a ella tienen a un grupo de bucaneros a bordo de una peculiar nave, haciendo misiones aquí y allá y, sobre todo, fastidiando a los ingleses, especialmente a Francis Drake. Todo ello mezclando acción, humor y drama.

Como también recordaréis, tras marcharse Gon yo acabé siendo el sustituto. Tras cuatro años, desde el verano de 2014, he ayudado a que la aventura de Zel llegara a buen puerto. Y así ha sido.

Porque sí: Zodiac ha finalizado.

Este se ha convertido en el cuarto webcómic en el que estoy de alguna forma implicado y ha terminado. El primero fue el ejemplo más claro de webcómic primerizo, «Las Paridas de La Guarida», con lo bueno y lo malo que eso supone; seguido por el infame «MODOK, cabeza de IMA», que seguía una tendencia memética de 50 tiras copiadas y pegadas con chistes horribles; y finalmente “Apolo”, un cómic de 30 páginas guionizado por JuanSe “Nubis” Gutiérrez como parte del desafío del ‘NaNoWriMo de tebeos’.

Y ahora «Zodiac» se añade a estos como un nuevo logro. Pero también es un logro para su guionista, por supuesto. Por su paciencia, por su pasión tras cada taco de páginas de guion que me iba pasando, por querer que su proyecto acabara completo.

«Zodiac» ha sido, como he dicho muchas veces, todo un desafío. A punto estuve de decir que no a esta oportunidad, y sigo pensando en la acertada decisión que fue decir que sí, que sustituiría a Gon. Y, cuatro años después, los resultados son palpables en el apartado gráfico.

Hubo páginas infames, páginas de prenderles fuego, páginas que habría que mejorar mucho… Pero también hubo trabajos concienzudos, locuras aéreas, tensión, cabreos monumentales, reuniones absurdas, locos cuerdos, muertes desagradables, extrañas maravillas pasadas

Lo repetiré todas las veces que haga falta: los guiones de «Zodiac» conseguían sacarme de mi zona de confort, salirme de las cabezas parlantes y tratar de ser más dinámico. Cuando no tienes experiencia en perspectivas, dinamismo, acción y otras cosas cuesta muchísimo hacer algo como «Zodiac». Pero no me achanté. Tuve que armarme de valor, pasar noches en vela, oír críticas que decían la verdad y, al mismo tiempo, ayudaban a que mejorase a lo largo de las 201 páginas que he dibujado.

Aparte, también me ha ayudado a poder sacar tiempo para poder relajarme y tener ese momento de dibujo que me ayudase a sentirme mejor. Es verdad que los últimos meses han sido muy movidos y no siempre ha habido un viernes con actualización, pero tal vez un sábado o un domingo. Pero pocas veces faltaba a la cita semanal, y si lo hacía era por causas de fuerza mayor.

Lo que, comparado con mi vieja fama de tardar eternidades para hacer una página de Paridas, es un avance gigantesco.

Ah, y también tuvimos que ‘huir’ de Subcultura cuando esta desapareció para realojarnos en Smackjeeves.

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Os agradezco a todos los que habéis seguido desde el comienzo, a los que os incorporasteis más tarde, a los que en algún momento abandonaron… Pero, sobre todo, al buen Zel, porque él es el artífice de todo este cambio para mejor.

Sé que hay gente ahí fuera a la que ha habido cosas que le han gustado, otros pues que no, hay quien estoy seguro que hasta tiene el webcómic entre sus menos favoritos o sus más odiados o lo que sea… La cuestión era seguir adelante, saber que podía hacerlo, que no podía defraudar a mi guionista, que podía enfrentarme al reto que suponía un webcómic semanal (más o menos) con piratas, barcos, borracheras, tormentas, atlantes, cíborgs y esas cosas.

«Zodiac» ha acabado y, con ello, una etapa de mi vida.

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Pero… ¿Habrá más cosas en el futuro? Pues de eso también me gustaría hablar…

Seguramente durante unos meses, o incluso un año o más, estaré inactivo en lo referido a webcómics, aunque solo sea a la hora de hacerlos. Igual, con este descanso, puedo intentar leer algún webcómic que tenga por ahí abandonado, y me han dicho que ahora existe Faneo

Por supuesto, no quiere decir que vaya a dejar de dibujar, o de escribir, de eso seguirá habiendo.

Seguramente me ponga a hacer diseños y fanart a cascoporro (e incluso cosas que… en fin…).

Tocará retomar el blog de relatos revivido después de su nuevo parón.

E incluso quiero resucitar este blog con más reseñas literarias, que tengo que hablar de «Alucinadas IV», «Terroríficas», «Star Wars: Estrellas perdidas», «El beso del fantasma»…

Pero, si alguno leisteis el «WEEzine X», sabréis que el futuro no hay que temerlo, ni tirar la toalla así como así. Todo lo que he pasado me está preparando. Entre las cosas por escribir y dibujar, tendrán mucho que ver ciertos personajes… Sinopsis y guiones y diseños y rediseños y…

¡Ah, el futuro!

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Alucinadas IV

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Mientras escribo esta entrada, aún está abierto el plazo de la quinta edición de la antología «Alucinadas». No voy a deciros que conozco la iniciativa «Alucinadas» de escritoras de CiFi desde su comienzo porque soy mal mentiroso, aparte de que está feo mentir.

Os digo ya que si la descubrí fue por el crowdfunding de «Alucinadas IV» y «Terroríficas». De hecho, gracias al mismo tengo para leer en digital las anteriores ediciones de «Alucinadas» que, por supuesto, después de haber disfrutado de esta cuarta edición, leeré con calma…

… Cuando tenga un eReader, claro, que será más cómodo que en el ordenador.

Pero a lo que vamos: hablemos de «Alucinadas IV». Hablemos de calidad por los cuatro costados.

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Portada de «Alucinadas IV» [Fuente: Web de Palabristas]

Creo que ya queda claro que esta antología me ha gustado bastante. Mucho, diría. Hay que reconocer el esfuerzo de las autoras de cada relato, de su interés por crear mundos futuros, ucronías, distopías, crítica social, reflexiones… Todo ello con la ciencia y la tecnología de fondo o con un papel protagonista. Pero no adelantemos acontecimientos…

Cada año, esta antología tiene nuevas editoras, encargadas de seleccionar los relatos y a la ganadora. Esta convocatoria ha sido responsabilidad de Iria G. Parente y Selene M. Pascual, de las que ya sabréis si habéis leído mi reseña de «Antihéroes» (libro que sigo recomendando). La antología abre precisamente con un pequeño texto introductorio de estas autoras para dejar lugar a un prólogo escrito por Sofía Rhei. De forma parecida a Elia Barceló con el «I Premio Ripley», Rhei hace una presentación que recorre brevemente la historia del fandom y de la CiFi y sus autoras (invisibilizadas), para luego presentar, brevemente, cada uno de los relatos. Se agradecen estas pequeñas presentaciones para meternos en materia y, sobre todo, para prepararnos a la calidad que vamos a encontrar.

Así que ahí vamos, hablemos un poco de cada uno de los relatos.

«Pocas palabras bastan», de Arantxa Comes

La ganadora de la convocatoria nos propone una realidad que, al paso que vamos, no es demasiado descaballeada: ¿qué pasaría si nuestras palabras estuvieran, literalmente, contadas? Ciento cuarenta palabras al día, escritas o habladas, incluso algunos gestos cuentan como palabras. Es algo aterrador y angustioso, y esta angustia es la que te hace sentir con su protagonista, una mujer que, asaltada por un misterioso tipo que recitaba unas misteriosas palabras, quiere averiguar la verdad de lo que pasa con algunas personas que están perdiendo la capacidad de comunicarse.

Como digo, lo primero que se siente es angustia. Esa incapacidad de decir nada porque no tienes suficientes palabras para ello, que te limiten. Es una forma de acabar con la libertad de expresión bien pensada, y tan aterradora, sobre todo cuando sabes quién es el responsable. También sientes pena, por la pareja de la protagonista, y los choques con su amada. Y, sobre todo, sobre cómo no hacer nada es hacer algo, solo que no lo que te gustaría.

Un carrusel de emociones y un concepto muy bien pensado sobre cómo censurarnos sin mucho esfuerzo.

 

«Revolución modélica», de Coral Carracedo

Esta es una historia de ginoides. Concretamente, Neala-232, una humanoide modelo que se convierte en el reemplazo de Moira Beuvont, antigua estrella de las pasarelas. El conflicto humana-máquina se nos presenta con las estrictas lecciones de Moira y cómo Neala debe aguantar ese abuso, solo para poder esperar a la noche y escabullirse por una razón que, poco a poco, nos irá quedando más clara.

El relato en general es muy bueno, por saber jugar con los puntos de vista de Moira y Neala, para que las entendamos en su frustración y sus anhelos. Eso sí: es el final, es la forma en que resuelve el conflicto, lo que me dejó más impresionado. Hay muchas historias sobre inteligencias artificiales y robots, pero hasta ahora no había visto yo una con la resolución de este relato. Una forma diferente de ver la diferencia entre humanos y androides/ginoides/noides, los derechos de unos y otros, y hasta qué punto podríamos vivir juntos o no.

Me descubro ante la mezcla de dureza, elegancia y sentido común.

 

«Ahora lo sientes», de Andrea Chapela

Manipular la mente humana solo está al alcance de unas pocas personas, y Rivera es de las mejores. Así que solo ella puede encargarse de un encargo tan complicado como hacer lo posible para que un niño bien salga bien parado, hacerle creerse inocente de unos actos que ha cometido. Y no, no es tan fácil como parece.

El relato se toma su tiempo en hacernos entender cómo funciona el trabajo de Rivera, la clase de mundo en el que estamos, y cómo es tan fácil que alguien con dinero pueda manipular la mente de su propio hijo para salvar el pellejo, sin importar las consecuencias. Es un mundo de ricos que se salen con la suya y el resto del mundo, y es algo evidente, porque aunque Rivera acepta y realiza su trabajo, no nos ocultan en ningún momento que el poder y el dinero pueden comprar la inocencia de un criminal. Por supuesto, hay precios que ni el rico más rico puede pagar.

La verdad es que el planteamiento de esta manipulación mental es interesante, pero lo que más me ha llamado es la resolución que… obviamente, no voy a contarla.

 

«Seamos efímeros», de Isabel Fernández

Los recuerdos, la felicidad, las ganas de vivir… Son tantas las cosas que merecen la pena en la vida que el hecho de perderlas… Bueno, no pensemos en ello, pero está claro que la protagonista de este relato sabe que su amiga pasó por algo tan terrible como para que se quitara la vida… no, para que la mataran. Y está dispuesta a llegar hasta el fondo de este asesinato.

En principio, la historia parece no tener mucho de ciencia-ficción más allá de los nombres usados. Sin embargo, poco a poco va descubriendo su naturaleza y hasta qué punto hay quien, en nombre de la ciencia o del beneficio propio, quiere despojarnos de todo ello. El frío, el horror y el vacío eternos a los que nos enfrenta este relato, especialmente en su clímax, solo para recordarnos lo que merece la vida.

Y que incluso en lo más oscuro puede haber una luz de esperanza. ¿O no?

 

«Mamá de metal», de Haizea Muñoz Zubieta

El título de este relato juega al engaño, porque tenemos dos madres en una familia que podría ser feliz, ambas con su hija… Pero no es así. De hecho, desde el comienzo hay algo extraño, que poco a poco se va complicando hasta llegar a un final que no por ser muy sorprendente no es de los que te dejan con el corazón en un puño. De hecho, es de esos finales que hacen que te derrumbes.

Porque pese a la aparente felicidad, es uno de los relatos más amargos de la antología, y sabe cómo jugar con ello. Poco a poco va quitando cualquier esperanza y alegría hasta que no queda nada. Por cierto, ¿os he contado que es todo desde la perspectiva de la niña? Por si no era lo bastante descorazonador. Consigue el efecto deseado, el de cómo la alegría pasa a ser rabia, tristeza, dolor y, finalmente, una suerte de apatía que acaba por tumbarte.

Y hay que inclinarse ante semejante capacidad para manejar esta montaña rusa.

 

«Un árbol para el nuevo mundo», de Paula Rivera Donoso

Un muchacho y su abuelo recorren un mundo desértico, buscando un árbol que solo el anciano consigue recordar, y con la única ayuda para recrearlo, aunque sea en dibujo, de papel y lápices. Y cómo el nieto intenta hacer realidad el sueño de su abuelo una vez llegan a un centro de recuperación.

La historia es esa relación entre un abuelo y su nieto, cómo este último quiere que la ciencia ayude a recuperar lo que el viejo anhela, o cómo en su búsqueda hace amistades y descubre cosas nuevas… Solo para que al final… Oh, bueno, no está bien destriparlo, pero digamos que hay muchas cosas que no hace falta que las recupere la ciencia. Hay otras disciplinas que hay que conservar también, otras formas de recordar el viejo mundo y llevarlo al más actual. Y al nieto le cuesta aceptarlo.

Es un canto sobre la mente humana y su capacidad para hacer algo real de la forma que sea, incluso en un mundo árido.

 

«Camera obscura», de Júlia Sauleda Surís

El planteamiento del relato es curioso, cuanto menos: ¿y si la fotografía, o más bien heliografía, existiera en el reinado de Jaume I? Agnès, como parte de la corte del rey valenciano, llega a las Baleares para retratar al vanidoso monarca, pero además se une a ello un nuevo encargo de las altas esferas papales.

La historia consigue que realmente nos situemos en otra época, no solo por las actitudes, sino también por el habla. Esto ya ayuda de por sí a sumergirnos en el período del relato. Y en él también nos enfrentamos a la ignorancia y a una suerte de tecnofobia mezclada con el terror y la pasión religiosos de tiempos pasados (o no tan pasados). Es una historia sobre cómo la ciencia, especialmente cuando está en manos de uan mujer, es mirada con malos ojos a lo largo de la Historia.

Sin necesidad de grandes avances, consigue una ucronía muy interesante.

 

«Surrosolutions», de Gloria T. Dauden

Por desgracia, la gestación subrograda, los vientres de alquiler, es un tema que lleva bastante tiempo más que en boca de todos. ¿Y si hubiese un futuro en que esta fuese algo tan normal? ¿Y si las gestantes fuesen consideradas inferiores a seres humanos? ¿Y si alguien quisiera luchar contra esta realidad? ¿Lograría su objetivo?

El mundo que nos presenta el relato no parece diferenciarse tanto del que nos rodea, aire contaminado que te obliga a llevar una máscara aparte. No se corta en absoluto hacer el paralelismo con nuestra realidad, dejando clara su posición. Especialmente tenemos esa presentación de cómo el mundo ve a las gestantes, el cambio que podemos experimentar al conocer la realidad, o el cómo queremos seguir negándolo, o que juegues con las normas de un mundo injusto porque no te merece conocer la verdad por el peligro que supone.

El final es de esos que duelen como un puñetazo en el estómago.

 

«In memoriam», de Irantzu Tato Rodrigo

La inmortalidad es algo que buscamos como especie porque ya no es que queramos dejar huella, es que queremos estar ahí para enseñársela a todos. Y ahí la ciencia y la tecnología pueden hacer mucho. Pero los recuerdos de cientos de años no caben en un solo cerebro, así que son necesarias memorias auxiliares. Eso sí: ¿qué pasaría si una de ellas fuese más allá de almacenar y comenzara a… pensar?

El relato ofrece una forma muy original de tratar tanto la inmortalidad como la inteligencia artificial. O la inteligencia, a secas. ¿Qué es lo que nos hace ser… nosotros? ¿Qué es ser? Es algo que Zaki, una IUI, se plantea, mientras intenta comunicarse con Lander, el humano en el que está implantada. Y esa comunicación es también algo tratado de una forma muy ingeniosa, que puede parecer obvia tras leer el relato, pero sorprende cuando lo ves por primera vez.

Un relato con muchas preguntas y optimismo.

 

«Amarás a tu madre por encima de todas las cosas», Elaine Villar Madruga

Mamá con uñas y dientes a su querida Anisha de las llamadas ratas, en un mundo donde el sol puede ser una bendición o una maldición. Desde la perspectiva de la pequeña podemos notar esa sensación de soledad, pese a la compañía de Mamá, y el miedo a lo desconocido y un mundo exterior que puede o no ser peligroso.

Es un relato confuso, donde nada es lo que parece, y sabe cómo jugar sus cartas. ¿Qué está bien, qué está mal? ¿Tiene razón Mamá en ser tan recelosa? ¿Qué hay más allá de la alambrada? ¿Por qué es tan importante el sol, para lo bueno y lo malo? ¿Y quiénes son esas ratas? Son preguntas que no tienen respuestas claras, y seguro que es mejor así. El objetivo del relato es la confusión y la incertidumbre, el miedo a lo desconocido… Y ahí acierta.

Puede que sea el relato que menos me haya llamado la atención, por su temática y confusión, pero ya digo: cumple su cometido.

Terroríficas

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Igual que desde Palabristas tienen la quinta convocatoria de «Alucinadas», también está en marcha la segunda de «Terroríficas», la antología de autoras de terror.

Si, como os conté hace una semana, «Alucinadas IV» es un viaje a futuros posibles, a realidades alternativas, ucronías, distopías y mensajes tan dulces como amargos, «Terroríficas» nos lleva al terror en sus muchas formas, de lo más mundano a lo más sobrenatural, en una colección de relatos que igual no es recomendable leer durante el transporte público, porque algunos son de dejarte muy mal cuerpo.

Y, aun así, me tragué esta antología en idas y venidas en bus y metro, conteniendo incluso el más leve escalofrío. Y es difícil, ojo.

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Portada de «Terroríficas» [Fuente: Página de la antología en Lektu]

En esta ocasión, las antologistas son Nuria C. Botey y M.J. Sánchez, que nos presentan esta antología haciendo además su pequeño repaso por el terror patrio. A ellas se les une como prologuista Pilar Pedraza, quien también se marca un pequeño e inquietante relato para ir abriendo boca y que también comentaré aquí, aunque sea de forma breve.

Porque ya que estamos con estas antologías, es justo ir poco a poco, relato por relato, sobre qué me han parecido, qué sensaciones me han despertado… Y sí, merecen, y mucho, la pena.

«Bien de interés cultural», de Pilar Pedraza

Un pequeño aperitivo para ir abriendo boca. En comparación con los relatos que se presentaron, este es bastante ligero. Tiene un toque perturbador en cómo su protagonista parece tomarse demasiado bien los hechos sobrenaturales que suceden a su alrededor y en su vida. Eso hace que, por un lado, sea más cercano, pero por otro que esa ‘normalidad’ choque con lo que ocurre, y te impacte todavía más.

Pocas palabras y tanto impacto. Si así empezamos de bien, ¿qué nos podemos encontrar a continuación?

 

«El Olivo», de María Angulo Ardoy

Una familia supuestamente maldita, el misterio de un olivo y una herencia. Estos son los ingredientes de este relato, uno que, desde el principio, te mantiene atrapado, y es difícil dejarlo a medias. Al igual que su protagonista, Chelo, quieres saber más sobre por qué tantos en su familia, especialmente hombres, se han quitado la vida y qué tiene que ver el olivo.

Lo bueno del relato es que esa información la descubrimos a la par que Chelo. Poco a poco, dejando pistas no solo gracias a ella sino también a uno de sus hermanos, quien parece tener su propia lucha interna. Pero esas revelaciones no afectan negativamente al misterio, más bien la certeza resulta todavía más aterradora, el saber puede resultar más peligroso. Y eso su protagonista lo sabe.

Una historia sobre buscar en las raíces y tener dos opciones: enfrentarse o sucumbir. Y nada asegura la victoria, de haberla.

 

«Edificios muertos», de Begoña Pérez Gil

Un exorcista experto en edificios encantados se enfrenta a un peculiar caso. El relato nos lleva por su vida, por qué se convirtió en quien es y a qué se enfrenta. La narración es lo que mantiene el interés del relato, con ese protagonista convencido completamente de lo que hace, seguro de sí mismo, enfrentándose a lo sobrenatural.

Esta es otra historia que, poco a poco, nos revela la verdad y, nuevamente, esta puede que sea más perversa y aterradora que las ideas que nos podemos hacer. No puedo decir que la revelación me sorprendiese, porque en cierta manera ya se va adelantando que esto no es un encantamiento cualquiera. Pero es el final, tan directo, lo que impacta más al final.

Tal vez vaya perdiendo, para mí, algo de fuerza hasta ese impactante final, pero merece la pena aunque sea por ver el procedimiento de su protagonista.

 

«Serendipia», de Nerea Vega

Una historia sobre la muerte, pero desde una perspectiva que, en la mente de su protagonista, es interesante, curiosa, incluso enternecedora y amorosa… Claro, en su mente, pues no sé otras personas que hayan leído esta antología, pero cuanto más avanzaba, más incómodo me sentía.

Lo diré claramente, y porque es el tema de la historia: el amor que profesa el protagonista hacia la muerte… es necrofilia pura y dura. Y él abraza en su privacidad esa filia, esa perversión. Puedes notar en todo momento ese amor, palpable, mientras al mismo tiempo, no puedes dejar de pensar en cuál es el objeto de dicho amor.

Una historia muy bien narrada, pero de esas que acaban dejándote con muy mal cuerpo.

 

«Otras pieles», de Gloria T. Dauden

En el mismo universo en el que se sitúa «Surrosolutions», el relato sobre la distopía de gestación subrogada de «Alucinadas IV», nos encontramos con la búsqueda de una hermana desaparecida. Y puede que siga siendo el mismo escenario, pero desde luego su planteamiento, pese a ser el mismo mundo que el del relato de la otra antología, es mucho más tenebroso y sádico.

Porque aquí no solo vemos ampliado el mundo de máscaras respiratorias y mujeres gestantes, sino que podemos ver los fondos más bajos del mismo, la crueldad, la falta de conciencia social, el provecho y el beneficio por encima de la dignidad, y la supervivencia a cualquier precio. Todo eso se nos muestra, sin paños calientes, en toda su crudeza.

Otro relato que acaba dejándote destrozado y sin esperanza.

 

«La niña roja», de Irantzu Tato

Una versión alternativa del cuento de la Caperucita Roja, muy escabrosa, en la que nadie está a salvo. El que era un relato sobre el peligro de desobedecer a tus padres y que suerte tienes si un cazador (o leñador) mata al lobo de pura potra, aquí se convierte en una historia sobre la desconfianza, el odio y la culpa.

Y esto hace que la historia se recree en todos los detalles, cuanto más retorcidos, cuanto más oscuros, mejor. Y en ello consigue hacer que hasta el propio lector se sienta culpable de los hechos que ocurren, un mero espectador ante la salvajada que se acaba desatando, ante la obliteración de la inocencia y el triunfo del nihilismo y el sadismo frente a la pureza.

Es un gran relato, pero confieso: hay momentos que me hacían plantearme dejar de leer porque me sentía fatal, con náuseas incluso. Así que imaginad a qué extremos consigue llegar.

 

«El cuidado de los ojos», de Patricia Macías

La vergüenza y el miedo al fracaso son los ejes sobre los que se establece este relato. ¿Y si todos esos sentimientos llegaran a algo más? ¿Y qué es ese misterioso ojo que ha aparecido de la nada?

Es un relato con el que, en buena parte, me siento identificado, por el tema sobre todo de ese miedo a que las cosas no salgan bien, pese a que una y otra vez se salve la papeleta y con bastante buen hacer. Pero es un miedo real, una inseguridad que queda perfectamente reflejada en esos ojos que te observan, que están encima de ti y que poco a poco acabarán contigo.

Tal vez el giro final sea el único punto negativo que le puedo sacar, aunque dentro del mundo de este relato, tiene su lógica dicho final.

 

«Holodomor», de Ana Tapia

El exorcismo vuelve a esta antología, esta vez con el desastre de Chernóbil como telón de fondo. Una madre y su hija reciben la visita de un sacerdote, su ayudante y una niña aparentemente inocente que, según se deja caer, esconde un oscuro secreto. ¿Es una posesión infernal o es algo más?

Aquí la gracia se encuentra en esa ambigüedad que la invitada muestra. ¿Es realmente víctima del Diablo o es mala de por sí? ¿Finge su bondad o hay algo más? De nuevo estamos ante una historia que no es todo lo que parece, y que juega con nosotros para que, igual que la protagonista, no sepamos la realidad sobre la invitada hasta que es demasiado tarde. Pero no es solo eso: también tenemos otros secretos oscuros, algo más mundano, aunque, en la época del relato, podía ser motivo de escarnio.

Un juego de verdades, mentiras y secretos bien planteado.

 

«Hibridación descedente», de Covadonga González-Pola

El relato se aleja de las ambientaciones más modernas y nos lleva a un pueblo que bien podría situarse en el siglo XVI o XVII. Una historia que comienza de forma inusual, incluso aparentemente sin relación con lo que viene después, pero que ya nos pone sobre aviso: las cosas no son tan bonitas como parecen.

La historia nos presenta a gran cantidad de personajes, aunque son la noble Constantia, el sastre Lázaro y el asesor Isaías los que copan el protagonismo. La acción nos hace centrarnos más en este improvisado triángulo amoroso, lo que hace que, a medida que la hsitoria se vuelve más oscura, nos afecte más esa relación, sobre todo con las revelaciones que, hacia el final, consiguen que cualquier belleza y color sea consumida.

Es cómo juega al despiste lo que hace que un relato que me estaba pareciendo un tanto anodino pegue todo un subidón.

 

«El abuelo», de Celia Corral

Una misteriosa visita de alguien que debería estar muerto hace que, poco a poco, la protagonista del relato vaya cayendo en una espiral de culpa y locura. Es un relato que bien podría ser una versión moderna del relato gótico, y en eso se convierte en un buen ejemplo de cómo llevar a nuestros tiempos lo que hicieron autores como Poe.

La historia consigue que compartamos los pensamientos de la mujer que, ante la visita de ese hombre que no puede ser su difunto abuelo, no deja de darle vueltas a todo, no deja de pensar, de plantearse las cosas, incluso su propia realidad. Y ello culmina con la recta final, una frenética huida dentro de una casa sin aparentes salidas y muchos recuerdos reprimidos.

Consigue crear confusión y tensión hasta que, al final, todo queda claro… y, de nuevo, la verdad igual es más sobrecogedora que tus cábalas fantasiosas.

 

«Día de matanza», de Alicia Sánchez Martínez

Urbanitas de visita al pueblo de la familia y suceden cosas de todo menos bonitas. Esto suena a algo salido de «No son molinos», y hubiera encajado perfectamente allá (y, ya os digo, merecería más estar en aquel recopilatorio tanto como merece estar aquí). Eso no es malo, solo que parece que hay quien tiene claro que la cachava y la boina no tienen por qué quedarse en un nicho (no sé, eso sí, hasta qué punto «El olivo» también podría estar incluida).

A pesar del planteamiento más que visto, y el mismo título ya da una pista de lo que va a pasar. Que poco a poco vayamos viendo que nuestras sospechas se van cumpliendo no mina la sensación de perdición que la joven protagonista sufre. Una familia que ya no es que sea estrafalaria, violenta y desquiciada, es que bien podría ser la familia de Cara de Cuero versión patria. Y con esto y el título podéis temeros lo peor…

… En el buen sentido, ojo. De revolverte las tripas sabiendo que su autora ha cumplido su objetivo con creces.

Star Wars: Estrellas perdidas

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Desde que Disney se hizo con Star Wars (y, bueno, con todo lo que viene siendo Lucasfilm y LucasArts), la gente tenía mucho, muchísimo miedo. Y una de las cosas que más escoció (hasta que llegó «El despertar de la Fuerza» y los rancios se rebotaron) fue el hacer borrón y cuenta nueva del Universo Expandido. Cientos de novelas, cómics, videojuegos y demás pasaron a ser Leyendas, fuera del canon, con algunos elementos como el Gran Almirante Thrawn dando el paso al nuevo canon.

Y es que, sobre todo, en las novelas se está viendo ese nuevo movimiento, aunque solamente he leído las dos primeras partes del «Consecuencias» de Chuck Wendig y este «Estrellas perdidas» de Claudia Gray.

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Portada de la edición española (Fuente: Web de Planeta)

Quien me conoce, sabe que soy fan de La Guerra de las Galaxias desde que vi de crío, en un VHS ya casi desgastado de tanto verla, «El Imperio Contraataca». Y también sabrá que no estaba muy apegado al Universo Expandido quitando algún juego como «Jedi Academy», aunque entiendo a la gente que le escoció muchísimo en su momento. Aun así, si siguen recuperando material antiguo (si se molestan en acreditar a los creadores originales, mira, mejor), puede que al final haya algo de compensación.

Sin embargo, no tengo nada en contra de este nuevo canon. El canon de «Rebels», de «Consecuencias» y de «Estrellas perdidas» me parece muy digno. Y eso que con la novela de Gray he tenido algunos sentimientos enfrentados que comentaré después.

La historia es sencilla: dos niños del planeta Jelucan, Thane Kyrell y Ciena Ree, sueñan con servir al Imperio. A pesar de sus diferencias (Ciena pertenece a una familia humilde que valora el honor, Thane a una rica que lo desprecia y maltrata), se hacen amigos casi al instante, y consiguen su propósito… solo que las cosas se tuercen en cierto momento y alguien deserta.

Así que, con este pequeño resumen, ya se deja clara una de las principales bazas de la novela: la visión desde dentro del Imperio Galáctico y su contraposición con la Alianza Rebelde. Podría haber recurrido a una visión bastante equidistante del conflicto, pero Gray consigue que poco a poco veamos cómo dentro del Imperio, entre gente que está segura de sí misma, podemos ver la duda, especialmente con episodios como el de la Estrella de la Muerte (que a ver, si tu dictadura llama a una estación espacial así, muy santos no son).

Ese paso gradual de la fe ciega a cuestionarse el Imperio, luego quedarse en una posición neutral y, finalmente, tomar la decisión de elegir bando es lo que más me ha llamado la atención de la novela. Y no solamente eso, sino también la justificación de quien sigue en el Imperio para no abandonarlo. Podemos ver desde un razonamiento que es sincero aunque retorcido, y también a los que ese fanatismo les hace servir sin dilación por muchos horrores que hayan visto.

Esto no hace que veamos a los imperiales como menos malvados, ni a la Alianza como menos buena. En un tiempo como el actual, donde hay bandos muy marcados, esas justificaciones de aquellos que no les importa hacer daño si con eso mantienen un status quo harán lo posible para sacar y maximizar los defectos de unos buenos que, no, no son perfectos. Me parece muy acertado que la novela, pese a ofrecer los distintos y enfrentados puntos de vista, sabe dónde posicionarse.

Pero aparte de esto, ¿qué más tiene la novela? La propia relación entre Thane y Ciena. Quería esperar a hablar de ellos, pero estos dos personajes muestran una evolución muy acorde con lo que vemos al principio de ambos. Thane, el chico que quiere huir de su planeta porque solo le trae malos recuerdos y el Imperio es lo único le traerá algo mejor; y Ciena, la muchacha que busca conocer la galaxia y servir con honor y dedicación al Imperio. A partir de ahí, está claro cómo acabará la cosa…

Y vemos a ambos cambiar, está claro quién va a tomar qué camino, pero tal y como están escritos queremos verlo con nuestros propios ojos. Me encantan ambos personajes, precisamente, por su evolución, porque aunque sepas cómo acabará todo, ya no solo en el tema de Imperio-Rebelión, sino también en cómo su relación oscila, incluso en los peores momentos, en la comprensión del prójimo, en cómo la lealtad y el honor pueden cambiar… Las tiranteces, los pensamientos de cada uno, cómo la autora nos mete en su piel, hace que uno quiera que la cosa acabe bien… o, por lo menos, no demasiado mal.

En el reparto de secundarios, que no es que destaquen mucho si son nuevos nombres, es Nash Windrider, un cadete de Alderaan, el que tiene casi tanta presencia como los protagonistas, y no es para menos. Porque por lo que pasa este muchacho tampoco es moco de pavo, y también se observa una evolución, tal vez más brusca (pero, quien conozca Star Wars, lo entenderá), en alguien que se va apagando hasta que encuentra algo que le permita seguir adelante. Y no es agradable.

Lo que comento aquí es, de momento, todo positivo. Y es que la historia de por sí está muy bien…

… Mi problema viene en cómo intenta integrarse en el canon. Lo de que haya secundarios nuevos que no destaquen mucho más allá de Nash no es un problema, porque al menos también cumplen su función dentro de la historia. Es, como digo, la forma en que esta novela entra dentro de la cronología oficial.

No digo que no pueda haber una pequeña aparición de Tarkin como inspirador de los jóvenes jelucaníes, o que Mon Mothma se muestre muy cercana con uno de los protagonistas. Es el cómo se hace mi problema. Como un intento desesperado de señalarnos de que sí, esto es Star Wars, y que recorremos los Episodios IV a VI, e incluso nos vamos a Jakku. Esto ocurre, sobre todo, al principio, donde destaco las chirriantes segunda aparición de Tarkin y la primera de Darth Vader.

Por fortuna, esto mejora según avanza la novela. La aparición de Mothma nos muestra su lado más humano, sí; y la sorpresa al ver al verdadero Palpatine en la segunda Estrella de la Muerte nos transmite el terror de ver al Emperador sin filtros, siendo pura maldad.

Aunque admitamos que esos cameos son lógicos, porque si estás en el Imperio o en la Rebelión vas a ver a varias de sus figuras significativas (con suerte). El verlos en la práctica, ya digo, es como si sintiera la presión con la que se han metido.

Eso sí, ya os digo que esta novela me ha gustado bastante. No sabía qué encontrarme, y me ha dejado más que satisfecho.


El beso del fantasma

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¿Cómo empezar con esta reseña, la última del año? Pues… Me va a ser bastante complicado, así que supongo que lo mejor es ponernos en antecedentes…

La novela de Pedro de Matos, en realidad, es más antigua de lo que parece, aunque su crowdfunding sea de 2017. Lo que tenemos ahora es una edición revisada de aquella, con portada de Marta Mesas, y actualmente la podéis adquirir a través de la editorial Círculo Rojo.

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Portada del libro (fuente: Verkami)

La novela nos cuenta la historia de David, un chico de un pueblo gaditano que muere en un accidente de tráfico. Por supuesto, la cosa no acaba ahí: está atrapado en el mundo de los vivos, sin que nadie sepa que está ahí, preguntándose qué tiene que hacer para pasar al otro lado… o no hacerlo, porque quiere estar con sus seres queridos, especialmente con Ana, esa chica cuya relación no parecía tan clara en vida.

Una historia que suena a conocida, pero ¿qué tal se desenvuelve su autor? ¿Qué nos ofrece esta novela que destaque? Bueno, hay que hablar de ello, ¿no?

El comienzo es directo: el propio David se presenta a nosotros, los lectores, justo en el momento de su muerte. A partir de aquí vemos cómo le va en su no-vida, qué pasa con su familia, amigos y novia-que-no-es-novia (más sobre esto luego), y qué fue lo que ocurrió en el último año de su vida y que podría tener que ver con el hecho de no dar el paso al Más Allá.

Al principio, la forma en que se presentan los distintos capítulos es confusa. De pronto David narra en primera persona, ahora saltamos al pasado, luego volvemos al presente, pero desde el punto de vista de los vivos… Y no hay, del todo, una aparente razón para estos saltos en un primer momento. Pero sí que la hay: según avanzamos y se nos presentan más detalles, vamos yendo hacia atrás y hacia adelante, entre vivos y muertos, para conocer mejor dichos detalles, completando un rompecabezas que siempre había estado ahí, pero no habíamos visto del todo.

Tal vez esa confusión, en mi opinión, no juegue muy a su favor. Aunque se acabe aclarando, son los primeros compases los que deberían haber establecido mejor el camino que está siguiendo la obra, cuál es su dinámica. Si bien estos episodios se leen rápidos (aunque se alargan al final), solo cuando ya llevas varios episodios consigues, finalmente, habituarte.

Y eso que las situaciones presentadas no solo están bien contadas, sino que hasta los diálogos no se hacen pesados ni chirrían. Y a ver, que tus personajes hablen como si los tuvieras a tu lado, se agradece muchísimo.

Aparte, está toda la parafernalia sobre los fantasmas, aunque dispersa y con cierto gusto a ya sabido (y sí, la comparación con «Ghost» es inevitable, y la novela lo sabe), mantiene el interés por la obra. De hecho, es una pena que no sea el verdadero foco de la historia, porque se podría ampliar y, así, por ejemplo, hacer sentir que el final de la trama paranormal que se desarrolla junto a la principal (Ana, David y sus sentimientos) no tuviese un final tan brusco.

Porque no, los fantasmas no son el verdadero tema de la obra, aunque se apoye en él. Está la pareja protagonista, David y Ana, para traernos una de cal y otra de arena. Y lo segundo que menos me ha gustado de la novela.

Al principio uno se encuentra con una pareja adolescente que se va conociendo poco a poco, que se juntan con un grupo de amigos que quieren triunfar en la música, y que todo parece que les va a ir bien… Pero la falta de definición de su relación acaba siendo un obstáculo. No solo para ellos, sino también para un servidor.

Entiendo que una relación no es algo fácil. Hay muchas cosas de las que ocuparse, no solo por ti, sino por la otra persona. Aquí Ana y David, por miedo, por cobardía, no consiguen dar ese paso adelante. La inseguridad es algo que nos acompaña toda la vida, sin embargo, la sensación que me causa la situación de ambos es que se intente forzar al máximo que haya roces entre ellos. Sé que sonará raro en mí, pero esta novela, que desprende naturalidad, al llegar a ciertos momentos con David y Ana parece que vaya arrastrándose obligada por un camino que no es el suyo, y ese es el conflicto entre los protagonistas.

Lo que es una lástima, porque el reparto en general está muy bien. Especialmente Ruth, una de las amigas comunes de la pareja-que-no-es-pareja, y que gana casi más protagonismo que estos. Lo que en otras historias no me hubiera convencido, aquí me gusta, porque ella es una suerte de pegamento en una no-relación condenada al fracaso. También está Raquel, que trata de ayudar a David en su condición fantasmal, o lo interesante que es la figura de Loli la Loca.

También hay un tema sobre Ana, su pasado y que lleva a un momento que, a mí, me ha provocado asco. Por un lado, porque es la reacción que uno espera ante algo tan horrible; por otro, porque, aunque sé que esta historia es de 2006 y que poco podía hacer una revisión al respecto, me resulta algo tan violento y manido que me sacó de la novela.

Me duele muchísimo decirlo. Y sí, eso es lo que menos me ha gustado.

Pero no os confundáis: «El beso del fantasma» no es mala novela. Está bastante bien, aunque, como siempre, me duele cuando tengo que ser honesto con las historias hechas por amigos a los que aprecio, si bien prefiero la sinceridad a callarme las cosas.

Así que si queréis una historia andaluza sobre fantasmas y relaciones indecisas, ahí la tenéis. Y si tenéis curiosidad o necesitáis convenceros, Pedro dejó los primeros capítulos para leer gratis.

Micosis

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A pesar de conocer la editorial Cerbero, las cosas como son: hasta ahora, no había leído ninguno de sus Bolsilibros. Así que ahí estaba yo, con un libro del tamaño de mi mano, pequeño pero matón. Porque es algo que puede que sea pequeño, pero con un buen grosor, un buen formato para historias relativamente cortas: aguantan lo que sea, y encima enganchan.

Y nada como que mi primer Bolsilibro sea «Micosis», porque en este blog somos fans de Enerio Dima y no lo ocultamos.

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Portada de «Micosis», dibujada por Juan Alberto Hernández (Fuente: web de Ed. Cerbero)

Una cosa que agradezco, antes de empezar a hablar de «Micosis» en sí, es una pequeña advertencia antes de empezar. Me ha parecido un buen detalle, sobre todo por los temas sensibles. Sé que en el pasado he sido crítico con los llamados ‘trigger warnings’, pero con el tiempo (y por escuchar más opiniones que no sean la de mi culo) he visto la importancia que tiene para mucha gente. Y, en este caso, para mí.

Y se agradece muchísimo.

Así que vamos a hablar de «Micosis»… ¿De qué va? Pues de un hongo, la micosis del título, que está afectando a la población mundial… Bueno, realmente va de Marga, divorciada, con dos hijos y un ex marido que no le pasa la pensión. Marga trabaja en el edificio Cónsul, con sus oficinas y sus ordenadores… mientras ella se encarga, junto a otras «invisibles», de la limpieza.

Sí: nuestra protagonista es una «mujer invisible». Y es algo que hasta ella misma se recuerda. Porque pone en relieve esa problemática clasista y de la que ninguno nos libramos. La primera en la frente. Y es una de sus ventajas, mostrarnos a una protagonista atípica por su profesión, que no por el resto de su situación. Y eso nos lleva a lugares que no estamos habituados a ver ni leer, una vida normal y corriente, por mucho que, a su alrededor, todo parezca irse al guano.

Como digo, hasta ella misma se recuerda a sí misma su profesión, algo que, por supuesto, afecta a su autoestima. Es, si no el tema principal, uno de los más importantes. La erosión de la confianza propia, ante un entorno que no deja de ser hostil. En el caso de Marga, es una situación en la que se incluyen oficinistas que la ignoran, un jefe que no le deja ni respirar, una situación familiar extremadamente complicada… Al final, la micosis violenta, pese a su creciente importancia según avanza la trama, sería una de las menores preocupaciones de Marga.

Todo lo que vemos sobre ella nos hace plantearnos nuestra visión sobre las vidas que pasan a nuestro lado y no solemos advertir. El drama de una vida en la que no sabes si llegas a fin de mes, si puedes criar a tus hijos, y en la que, encima, te tratan como una persona sumisa e ignorante, hasta el punto de creértelo.

Relacionado con esto, con la confianza, la autoestima, y hasta qué punto nuestra mente puede soportar la presión dentro y fuera de nuestra cabeza, se encuentran las autolesiones. Como digo, «Micosis» tiene una serie de advertencias antes de su lectura, y ahí entran dichas autolesiones y el suicidio. Vemos, a través de los ojos de Marga, cómo la gente prefiere quitarse la vida a seguir con la micosis, sin importar si tiene tratamiento o si no es la enfermedad que muchos claman que es; o que, poco a poco, la micosis haga mella en algunas personas, llevándose a rascarse, a cortarse, a sentir algo más allá de lo que el hongo les pueda provocar. En este aspecto no hay paños calientes: las descripciones son lo bastante detalladas para que tu propio cuerpo sienta un hormigueo incómodo. Es, desde luego, una historia de las de dejarte con mal cuerpo cuando debe, y que comprendas qué ocurre y cómo se siente alguien sin autoestima por culpa de una sociedad tan patética y corrupta.

Y, por supuesto, está todo el tema de la micosis, o su nombre completo, micosis violenta. ¿Qué es realmente? ¿Es tan mala? ¿De verdad tiene cura? La propia micosis lleva a crearnos dudas, a la vez que también Marga las tiene. La interacción de Marga con otras personas respecto a la micosis planta esas preguntas en ella, pero también en nosotros. Esas opiniones divergentes, esos otros puntos de vista, el tratamiento que se da en los medios, nos hace plantearnos hasta qué punto sabemos realmente qué está pasando. «Micosis» sabe ponernos en la piel de Marga más allá de su situación laboral y social, también ante la supuesta enfermedad y hasta qué punto sabemos qué es real.

Todo lo que rodea a este relato, en sus muchos capítulos, hace que te recorra un escalofrío. «Micosis» es una obra muy dura sobre la naturaleza humana, que puede ser muy frágil dadas las circunstancias adecuadas. Y que, incluso con un apoyo que parece adecuado, la desconfianza es palpable, y, a veces, fundada. Es un relato de una persona hundida, que pasa por malos momentos, y no sabe si saldrá de ellos, o si esa luz al final del túnel es real o un espejismo.

Y con toda esta crudeza, «Micosis» se lee en pocas sentadas. Es una obra que te atrapa con su honestidad, en el sentido de que no trata de embellecer la narración. Quieres ver más, saber qué será de Marga, cómo superará las situaciones que la vida no deja de tirarle a la cara, y qué ocurre con la micosis. Están tan relacionadas que uno no puede dejarlo hasta saciar su curiosidad.

Además, hace un uso muy inteligente de las cursivas, y qué significan realmente. Poco a poco vas descubriendo qué es realmente, y el impacto inicial acaba convirtiéndose en costumbre. Y logra el efecto deseado de normalidad.

Así que… ¿Recomendaría «Micosis»? Sí, pero ya digo que los temas tratados no son precisamente agradables…

Star Wars: Consecuencias (trilogía)

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Cuando hablé de «Star Wars: Estrellas perdidas», ya dejé claro que no estoy en absoluto descontento con el nuevo canon de la saga galáctica que comenzó en 1977. Por supuesto, no he visto ni leído todo lo que se ha hecho nuevo, pero el material que sí no me ha disgustado en absoluto. Tengo ganas de terminarme «Rebels», y la novela de Claudia Gray me gustó aun con sus cameos hechos con desigual fortuna.

También dije que estaba con la trilogía escrita por Chuck Wendig, si bien solo había leído los dos primeros volúmenes. Ahora que ya he leído la trilogía «Star Wars: Consecuencias» al completo, me gustaría hablar de ella en su conjunto, porque creo que es como mejor se puede apreciar que yendo libro por libro.

Adelanto ya que me ha gustado bastante. Menos de lo que me hubiera esperado, pero sí que puedo decir que la sensación pasa de «no está mal» a «pero mira qué bien todo» según se va leyendo la trilogía. Aunque el primer libro me guste, no es hasta «Deuda de vida» que realmente me tienen ganado (y ya ni os digo el pifostio que se monta en «El fin del Imperio»).

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Portadas de la edición española (Fuente: Web de Planeta)

Eso sí, antes de empezar a hablar de la trilogía en sí, me gustaría dar un tirón de orejas a Planeta porque parece que no se ha revisado lo suficiente el texto en castellano. Los gazapos están a la orden del día en los tres volúmenes, y es una lástima. Algunos podemos leer y nuestra mente ‘corrige’ lo que leemos, pero en el caso de estos libros ha habido momentos que me sacaban de la lectura.

Lo que es una lástima, porque la trilogía de Wendig, como digo, se disfruta más y más según avanzas.

Una historia de historias

«Consecuencias», el primer libro, abre con las celebraciones de Coruscant que se veían brevemente desde la primera edición especial de «El retorno del Jedi»… y cómo la realidad te golpea. El Imperio está lejos de estar acabado pese al fatal golpe a la moral que supone perder a Palpatine y Darth Vader en Endor. Y, curiosamente, Endor, pese a solo verse en los recuerdos de algunos personajes, supone ese punto de partida, y la justificación del título tanto del primer volumen como de toda la trilogía.

La trilogía tiene un hilo principal, pero también diversas historias en la galaxia tras la Batalla de Endor. Y en el primer libro juega más en su contra que en su favor. Estos pequeños vistazos a otros lugares de la galaxia que no son la historia principal pueden suponer un corte incómodo. Wendig sabe dónde pasar de lo que ocurre con los protagonistas a otro punto de la galaxia, lo que no quita que esto, en ocasiones, te rompa el ritmo.

Pero con la trilogía leída al completo, te das cuenta de que esos cortes son tan necesarios como el resto de la trama. Muestra la variedad de situaciones que hay en la galaxia (¿qué pasa en Tatooine ahora que Jabba el Hutt está muerto? ¿qué ocurre con los supervivientes de Alderaan? ¿qué fue realmente de Jar Jar Binks?), y esa variedad también nos lleva a una diversidad que no era visible antes en este Universo. Algunos de estos fragmentos son esenciales para el futuro de la trilogía, al mostrar situaciones y personajes que acabarán siendo parte de la trama principal.

¿Y de qué va la historia que vertebra todo esto? Pues si abrimos con las celebraciones de Coruscant, es lógico que iremos asistiendo, poco a poco, a la caída definitiva (o no) del Imperio Galáctico. El principio del fin fue la luna boscosa de Endor, pero en el caso de esta trilogía se confirma con la cumbre imperial de Akiva, condenada al fracaso desde sus inicios. La historia nos llevará a otros frentes en los que se libre la batalla, literal o dialéctica, entre la Nueva República y el Imperio, concretamente en Kashyyyk y Chandrila. Y todo esto desemboca en la ya archiconocida batalla de Jakku. Es más, Jakku cobra especial importancia en el último libro, y con razón.

La cosa es que dicha trama no deja de ser, encima, es una historia coral, donde unos personajes tienen mayor peso que otros.

 

¿Y quién está por aquí?

Porque toda historia tiene sus protagonistas, y los de «Consecuencias» se pueden resumir de la siguiente forma: un grupo de rebeldes, renegados y perdedores en general tratando de aportar su grano de arena en el fin del Imperio, mientras tienen que encargarse de sus propios problemas.

Y eso es lo que me llamó más la atención: la imperfección. Quien ya conoce «Star Wars» sabe que ni sus más ejemplares Jedi son puros. Igual que Gray en «Estrellas perdidas» nos llevaba por la evolución de una escala moral desde el apoyo incondicional al Imperio a servir a una Rebelión llena de esperanza, aquí Wendig nos muestra unos personajes lejos de cualquier ideal, pero no desprovistos de esa misma esperanza. Personajes que buscan algo mejor en sus vidas, que no pocas veces se caen y creen que todo está perdido, hasta que una luz los anima a seguir, por muchas heridas que lleguen a acarrear.

El protagonismo, tal y como lo entendemos, eso sí, lo tiene Norra Wexley, piloto de la Rebelión que, por un lado, quiere recuperar el tiempo perdido con su hijo, Temmin, pero por otro se ve en la obligación no solo de seguir buscando a su marido, Brentin, arrestado años atrás por el Imperio, sino también por hacer lo correcto. Y lo correcto es servir a la Nueva República, a veces a regañadientes, otras veces convencida de lo que hace. Norra es una muy buena representación del conflicto de una Rebelión convirtiéndose en la Nueva República. ¿Cómo vuelves a una vida normal, si la has tenido alguna vez, cuando lo que has conocido ha sido el conflicto, la lucha contra el Imperio? A Norra le cuesta mucho rehacer su vida (es también la mejor demostración de lo que comentaba de querer algo mejor por mucho que te tropices por el camino), Temmin no está tampoco por la labor (años de sentirse abandonado es lo que tienen) y, para colmo, a Wexley se le presenta una némesis: Rae Sloane.

Sloane, almirante (luego Gran Almirante) imperial, es, sin duda, el personaje que más me ha gustado. No es un personaje original de esta trilogía, pero su inclusión como la enemiga a batir durante buena parte de la historia es de lo más natural, algo que se agradece en un universo enorme como en el de «Star Wars» (hablaré luego un poco más del resto de personajes preexistentes, y no todos tienen igual fortuna). Sloane tiene sus propias motivaciones dentro del Imperio, por lo que no solo debe enfrentarse a la Nueva República, sino también a sus propios compañeros imperiales. No se suaviza, en ningún momento, la ambición de Sloane de tener «su» Imperio, y eso se agradece. Hablamos de una supremacista convencida de que la mano dura del Imperio es necesaria para poner orden en la galaxia.

Y poco a poco, desde la forma más sutil en el primer volumen hasta los enfrentamientos directos en los dos siguientes, se forja dicha enemistad, donde ambas mujeres suponen un obstáculo la una para la otra.

Pese a que Wexley y Sloane son las que llevan el mayor peso de la trama principal, como digo, esta es realmente una historia coral. Cambiamos constantemente de punto de vista, algo que, cómo no, se hace mareante al comienzo, pero poco a poco, desde el primer libro, es algo que ayuda a comprender hasta qué punto hay tantas formas de ver cómo está cambiando la situación en una saga que de por sí sabemos que es algo más que batallas espaciales, soldados de asalto y sables de luz (si bien son de las cosas más reconocibles, todo sea dicho).

Esto es algo que vemos, principalmente, con la cazarrecompensas zabrak Jas Emari y el ex-agente imperial de lealtad Sinjir Rath Velus.

La primera, Jas, trata de comprender el cambio del paradigma a través de su código de honor, de las enseñanzas de su tía y de una deuda que nunca parece que podrá pagar. A lo largo de «Consecuencias», Jas va abriéndose más a los demás, lo que en absoluto la debilita, sino que refuerza su convicción de seguir adelante, y el aceptar sus sentimientos como algo propio le permite superar las peores situaciones. Gana fuerza y aliados a base de reconocer que, en ocasiones, es mejor estar en buena compañía.

El segundo, Sinjir, pese a ser un agente modelo del Imperio, un torturador físico y mental excepcional, es un desastre psicológico que ahoga sus penas en alcohol. La batalla de Endor lo dejó marcado, y ahora busca su lugar, algo de estabilidad. Pero también es interesante ver cómo no puede librarse de su naturaleza, que años de instrucción imperial pueden servir en la Nueva República, pero ¿hasta qué punto puede seguir deshumanizándose? Al igual que Jas, el encontrar más gente, con la que sentirse a gusto y desahogarse, le ayuda a cambiar… ¿para mejor?

Tal vez el menos interesante del grupo principal, que no por ello mal personaje, es, curiosamente, el hijo de Norra, Temmin. Un prodigio tecnológico adolescente (modificó un droide B1 él solito), tiene sus tiranteces con varios personajes, no solamente con su madre. No deja de ser un adolescente que se enfrenta al abandono de su madre y a una galaxia en guerra que a él ni le va ni le viene… en un principio. En parte por su admiración hacia Wedge Antilles, en parte porque ha heredado de su madre la necesidad de hacer lo correcto, al final acabará convirtiéndose en un miembro también valioso de la Nueva República. Le cuesta bastante arrancar, sus motivaciones por momento se mueven por capricho… pero acaba teniendo su lugar por fin.

A fin de cuentas, al final acabará apareciendo en «El despertar de La Fuerza». ¿Recordáis al piloto llamado Snap? Sí: ese es Temmin, y Snap su apodo por su manía de chasquear los dedos.

Mención especial a ese droide B1 suyo, el Señor Huesos, pintado de rojo y negro, con huesos de animales por todo su cuerpo metálico y comportándose como una mezcla de bailarín y asesino demente.

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Señor Huesos: hay que verlo para creerlo (Fuente: Star Wars – Droidography)

«Consecuencias», por supuesto, tiene más personajes aparte de estos, aunque de irregular relevancia, como el rudo soldado de las fuerzas especiales de la Nueva República, Jom Barell, o la figura en la sombra del nuevo Imperio, Gallius Rax, a quien Palpatine confió su último plan…

… Pero, curiosamente, pese a su importancia en la trama, tal vez porque se mantiene siempre lejos de la acción, preocupándose por sus asuntos, Rax no acaba siendo la gran amenaza que sí puede ser Sloane. A pesar de todo el misterio sobre su identidad, a pesar de que Palpatine confiase en él, y aunque acabe siendo el gran villano… no consigue realmente dar esa sensación de amenaza hasta que el último libro, «El fin del Imperio», revele todo… y sea algo anticlimático, sinceramente.

Aunque de anticlímax se alimenta bastante la trilogía, solo que no por ello es malo… Es únicamente que, tal vez por mis propias expectativas, con Rax no lo esperaba.

 

Una galaxia conocida… y nueva

Y cuando hablé de Sloane había dicho que mencionaría lo que pasa con personajes que ya existían de antes. Así, veremos pasar por las páginas de la trilogía a Mon Mothma, Ackbar, Leia Organa, Wedge Antilles, Han Solo, Chewbacca, Mas Amedda, Brendol y Armitage Hux… Algunos de estos personajes, como Leia, Han y Chewie, son esenciales en episodios como la liberación de Kashyyyk en «Deuda de vida», y es interesante ver qué ocurre con estos personajes tras los eventos de Endor.

Pero al igual que ocurría con «Estrellas perdidas», hay momentos que la aparición de estos personajes es un tanto cuestionable en cuánto aportan a la trama, o hasta qué punto realmente Norra y compañía pueden tratarles casi de igual sin problemas. De nuevo, es algo que va mejorando, y esto se ve desde el primer libro, llegando al punto en que podemos ver capítulos enteros con estos personajes sin apenas mención a los verdaderos protagonistas.

Aunque, sinceramente, pese al poder memético del almirante Ackbar, no es tan interesante verlo meditar y entrenar como, por ejemplo, estar al tanto de cómo Leia y Han van a afrontar el ser padres… Como digo, hay un trato desigual en los personajes «de toda la vida», no sé si por la forma en que están escritos o porque hay quien, como Ackbar, no da para mucho más. Eso sí: interesante la evolución de Mon Mothma quien, pese a su idealismo y preocupación por los demás, demuestra por qué es una política de cuidado.

Lo último que quiero mencionar es algo que ya he dicho a la hora de hablar de las historias entre medias: la representación en la galaxia es más diversa, y no solo por las especies alienígenas. Estamos en el siglo XXI, y ya cansa la invisibilización: hay muchas realidades que contar, realidades que son tan posibles en nuestro mundo como en una galaxia muy, muy lejana. Ahí tenemos a personajes LGBT viviendo aventuras o con una vida tranquila, una flota pirata liderada por un personaje no binario, y que en una galaxia de supremacistas blancos, la Gran Almirante Sloane, némesis de nuestros protagonistas, sea racializada. Que nos queda mucho aún por ver, que hay más voces que escuchar, pero que esto sea tan natural en un Universo que un montón de rancios quiere hacer propio es un rayo de esperanza (pena que luego… bueno… digamos que esos mismos rancios han conseguido que no dejen escribir más cosas de SW a Wendig… o que llenaran Amazon de críticas negativas solo porque ya desde el primer volumen tenemos personajes LGBT…).

Al final, «Consecuencias», pese a sus comienzos algo tímidos y con sus tropiezos, se va consolidando, hasta convertirse en una muy buena trilogía. Como digo, ojalá me hubiera gustado más en algunos aspectos, como las historias independientes que rompen la trama, Temmin Wexley o la desigual fortuna de los personajes famosos de «Star Wars»…

… Pero qué queréis que os diga, pese a todo, estoy muy satisfecho.

Los muertos no pagan IVA

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Bueno… Pues ha pasado, ¿no? Las historias de Verónica Guerra, alias Parabellum, la detective paranormal de Morán tienen continuación. Si os gustó «El dios asesinado en el servicio de caballeros», estoy seguro de que os gustará también esta novela. Y, si sois como yo, que pese a que os gustó no os pareció gran cosa (mi opinión la podéis leer en este mismo blog)… es una agradable sorpresa ver la evolución de Parabellum y sus desventuras.

«Los muertos no pagan IVA» lleva a Verónica de Barcelona a Madrid tras un pequeño trabajo en La Mancha. Una historia de fantasmas, zombis, licántropos, criaturas feéricas, ¡y hasta un jáncano!

También esta es la novela en la que Chicote diseñó un menú para cierta parte de la historia. Es lo bueno de tener chefs entre tus fans…

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Portada por Isaac Murgadella (Fuente: Goodreads)

Hay algo que destaco de esta novela, y es un sabor más… español, por así decirlo. La historia de «El dios asesinado…» bebía mucho de las mitologías nórdica y grecorromana, lo que en una ciudad tan cosmopolita como Barcelona encaja bastante bien. Sin embargo, este viaje hacia la capital es un tanto más ibérico y celta, con algunos elementos más genéricos de lo sobrenatural.

«Los muertos no pagan IVA» abre con un pueblo manchego, un jáncano ladrón de reliquias católicas y una licántropa. Ya de primeras nos muestra que esta es una historia más de andar por casa, cercana a las historias del fanzine «Andergraün» (o las historias extra del libreto «Misterios rutinarios»). Una pequeña vuelta a los orígenes que se mezcla con algunos elementos de la anterior novela que se convierten en un conflicto constante en esta (no revelaré de qué se trata, al ser parte del final de «El dios asesinado…»). Digamos que es una… adicción.

Y lo que supone un viaje rutinario a Madrid para renovar su licencia de armas y con ganas de unas vacaciones con su mejor amiga, Arantxa, en realidad será solo el comienzo de algo mayor para Verónica. Porque los problemas no vienen solos, y lo que parece que está cerrado o no debe ser de tu incumbencia… pues acaba siendo un marrón más que limpiar.

Esto lleva a un punto que, en «El dios asesinado…», me pareció muy flojo: el tratamiento de la dualidad Verónica-Parabellum. Debido a la presión entre descansar y trabajar, esta dualidad tiene una evolución lógica en «Los muertos no pagan IVA», y en la buena dirección. Hay algo que queda claro: la búsqueda de una armonía entre ambas personalidades es importante para la trama, junto al tema de la adicción de Verónica. Eso lleva a que sigamos profundizando en ambas facetas, alternándose con mayor fluidez, viendo claramente que es siempre la misma persona, no dos alter-egos forzosamente separados como en la anterior novela. Con esto ya os digo que la Verónica/Parabellum de «Los muestros no pagan IVA» me cae bastante mejor que en la anterior obra, pese a ser la misma persona.

Ahí también juega un papel interesante, aunque no tan prominente como esperaba, la madre de Verónica, la comisaria Victoria Fontenegro. Hay un intento de reconexión entre madre e hija que, seré yo tal vez, no queda tan resuelto, tal vez porque va saltando entre distintas partes de la trama, apareciendo aquí y allá, como si faltar algo. No es demasiado grave, ya que las cosas no son siempre como queremos, pero, aunque es verdad que tienen sus momentos, me han parecido insuficientes.

Sobre todo porque los encuentros con otros personajes, como Emejota el agente de policía, Axel el phooka o la misteriosa Raimunda, propietaria de todo un edificio y del bar con las mejores croquetas de Madrid, tienen más consistencia e importancia. El plantel de secundarios se defiende bastante bien, siendo los tres nombrados los más destacables, y con muchísima razón: son con quienes pasará más tiempo Verónica, en esa alternancia entre descanso y curro.

Y aquí se nota también que se toma más tiempo en crear estas interacciones, lo que ayuda a empatizar más y mejor con el entorno en el que se moverá, durante varios días, la detective. Y de nuevo, muchas cosas no son lo que parecen, y también se relacionarán entre sí, dando lugar a una trama más ambiciosa y que, en mi opinión, está mejor montada que la de su predecesora.

Aunque de momento he dicho cosas buenas, «Los muertos no pagan IVA» sigue teniendo algunos elementos que, creo, se podrían revisar. No hablo de las erratas debido a un baile de versiones con las distintas revisiones, algo que está aceptado entre quienes pusimos pasta en el crowdfunding y se subsanó con una nueva revisión digital. Me refiero a la narración de la propia Verónica que, pese a haber mejorado respecto a «El Dios asesinado…», tiene algunos momentos que no me acaban de gustar, especialmente en las escenas de acción. Hay algo en ellas, y se nota en ambas novelas, que denota una cierta falta de naturalidad (pese a que hablamos de una historia con seres sobrenaturales), de fluidez, como si todo fuese un tanto torpe.

Supongo que es, en parte, por la forma de expresarse Parabellum, y aunque la persecución del jáncano o la huida de una obra madrileña en medio de un chaparrón están mejor narradas que la lucha contra la valquiria de la primera novela… sigue sin ser algo que consiga ponerme en el lugar de la protagonista y disfrutar de la acción.

Eso sí: lo que vendría a ser el conflicto final tiene sus partes anticlimáticas y otras muy intensas que se agradecen, sobre todo porque supone toda una evolución para bien.

Otra cosa que me gustaría destacar es que Madrid… no se siente viva. No es, obviamente, Barcelona, son dos capitales muy diferentes, pero está claro que cualquier ubicación que no sea el edificio de Raimunda no posee la misma sensación que con las aventuras barcelonesas. Tal vez porque Madrid no es la ciudad actual de Parabellum, tal vez por centrar la trama en sitios más concretos, pero Madrid es un erial excepto en momentos puntuales (puntuales tipo hora punta del Metro o de sus carreteras).

«Los muertos no pagan IVA» me ha gustado bastante más que «El dios asesinado en el servicio de caballeros». Aunque siga teniendo mis pegas, vamos en la buena dirección. Y eso es lo importante, ¿no?

 

Tarantella

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Cuando, al hablar de «Micosis», dije que servidor es fan de Enerio Dima, no lo decía por decir. Que no es solo seguir a alguien por redes sociales, leer sus ocurrencias e interactuar; también es, como cierto mono de los cereales diría, comprar sus productos.

Así que no es de extrañar que aproveche para hablar ahora de otra obra de esta autora, concretamente «Tarantella». Una historia situada en un mundo tan diferente como parecido a la Italia barroca, más concretamente, la isla de Sicilia (no por nada, esta se llama aquí Trinacia). Una historia donde criaturas de leyenda y magia conviven con guerreras retiradas y tejedores obligados a vivir aventuras.

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Portada de «Tarantella», realizada por Mónica Villora (fuente: Insomnia Ediciones)

Pero ¿de qué va exactamente esta novela? Así en resumidas cuentas…

En Trinacia existe la Foresta de Ragni, un lugar al que nadie puede entrar. Pero Mattia Telai, un joven tejedor, lo hará para encontrar la cura que salvará a su hermano Simone, pese a que Domenica, su hermana mayor y curtida guerrera, se había dispuesto a emprender tal viaje. Y en el interior del bosque maldito, en busca del veneno que permitirá elaborar dicha cura, se encontrará con la guardiana Cabiria, y con lo que la Foresta y ella misma esconden.

Por supuesto, veremos más que este simple resumen…

… Y si a alguien le suena dicho resumen a algún cuento o historia clásica, no es pura casualidad. La novela es una reimaginación de «La Bella y la Bestia», lo que, por supuesto, no le resta nada como historia propia. Toma una historia conocida como una base, pero «Tarantella» es muy libre, solo usa el concepto original para construir su propia aventura agridulce a dos bandas, que bebe de los cuentos y de las historias de antaño, dándoles una nueva perspectiva sin perder nada de la fascinación y el terror que envuelven a estos.

«Tarantella» es directa desde el primer momento, pues abre con un prólogo con un pacto demoníaco. La historia está impregnada de ese elemento sobrecogedor y sobrenatural, desde la tranquila aldea de Tessitori hasta la bulliciosa Castello del Sole, pasando, por supuesto, por la tétrica Foresta de Ragni. Y, poco a poco, se nos va revelando más sobre este mundo donde fantasía y realidad se mezclan, ya que es a través de pensamientos, reflexiones y recuerdos como sabemos más de la vida en Trinacia y de la maldición que pesa sobre la Foresta. Todo ello bien mezclado con el resto de la historia, dejando esos pequeños fragmentos de información esparciados, sin cansar, y metiéndonos más en su mundo.

Es de esta forma como vamos repasando las costumbres, la Historia y las leyendas de esta isla. Trinacia es una región donde existe una igualdad, al menos teórica (porque la diferencia de clases aún existe), y es algo que solo sabemos por pequeñas pinceladas y apuntes. Todo se introduce tan naturalmente que solo cuando paras de leer te das cuenta de esos detalles.

Porque este es un mundo que, hasta en el más mínimo rincón e incluso en la quietud maldita de la Foresta, se siente vivo. Cada descripción es justa y necesaria para revelarnos más de lo que sus protagonistas ven, sus sensaciones y emociones. Descripciones que permiten jugar también con el ambiente, llevando al lector por momentos alegres, por fiestas, por persecuciones, por conflictos y por tragedias.

Los personajes de Tarantella son tan variados que nos permite conocer los muy distintos puntos de vista de cada cual, incluso entre miembros de la misma familia. Domenica y Mattia comparten su determinación por hacer lo posible para ayudar a su amada familia, centrándose sobre todo en la labor de curar a Simone, pero mientras Domenica es decidida y activa desde el comienzo (algo marcado por su experiencia en batalla), tomando la iniciativa incluso cuando todo parece llevar a un callejón sin salida, Mattia es más de dejarse llevar por los acontecimientos y reaccionar a ellos (es un tejedor que espera la inspiración adecuada), antes de volverse más activo a medida que avanza la novela.

Tanto los hermanos como Cabiria son los que más experimentan y cambian a lo largo de la historia. Hay una relación entre los tres que permite esa evolución, partiendo primero entre Mattia y Cabiria , ya que es el hermano el que entra en la Foresta, y segundo por la información que Domenica recopila durante el mes en que su hermano estará atrapado. Así, ambos hermanos descubre más sobre la guardiana de la Foresta, completando cada uno el rompecabezas que se intuía desde el principio, pero se confirma, encajando todas sus piezas a la perfección. Y esa comprensión sobre Cabiria es lo que también lleva a ver cómo la gigantesca araña también muestra todas sus capas, viendo algo más allá de la dureza y desconfianza iniciales que ella muestra.

Hay varios secundarios que ayudan a avanzar la trama, sea con información, sea con una ayuda más directa (como el caso de la pequeña araña Tigrina), pero sobre todo destacan la dama de Rosolaccio, amiga de Domenica y que hace las veces de aliada y obstáculo; y el villano de la función, Dolf van de Wäissesten, quien no hace muchas apariciones, pero su solo nombre y las implicaciones que trae son suficientes para que el lector comprenda el alcance de su poder, que va mucho más allá de una presencia tan atractiva como intimidante.

Porque, además, «atractiva» e «intimidante» son dos adjetivos que le van muy bien a esta novela. Es lo que sentía al leerla, por una parte quedaba fascinado, embelesado, enamorado por el mundo que se abría ante mí, por su fantasía, incluso en la más oscura; y, por otro lado, esa oscuridad, esa certeza de que incluso en lo más fantástico hay peligro, aunque no tanto como en lo ‘real’, hace que más de una vez me recorriera un escalofrío.

Y me parece un gran acierto, porque una de las cosas que temía era que hubiera momentos que no me dijeran nada, y, en cambio, siempre hay algo que contar: un dato que revela parte de la historia, un detalle que nos hace comprender mejor a sus protagonistas, una leyenda que parece no tener nada que ver, un relleno, y, sin embargo, tiene mucha relación con la historia…

Vamos, que no tengo ninguna queja, las cosas como son. Así que está claro que recomiendo, y mucho, «Tarantella».

¡Protesto!

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Que vivimos en tiempos… en fin… que dejan que desear es algo obvio.

Que el fascismo campa a sus anchas sin pudor ni ocultarse, donde se habla de una ideología de género, de un genocidio blanco, de forzar la diversidad o de la corrección política, es algo más que evidente. Son todos temas que, por desgracia, no es que sean cíclicos, es que nunca se han ido.

El GamerGate, aquella infamia que nació en 2014, es solo una de sus expresiones más ruidosas dentro del ocio, concretamente los videojuegos. Hordas de jugadores que sacaban a pasear su misoginia, racismo y LGTB-fobia amparándose en una supuesta lucha por la ética del periodismo del videojuego. Cosa que el tiempo dejó clara que era una mentira gigantesca, un perfume sin olor para ocultar la mierda. Solo fue una manera de hacer aún más evidente la podredumbre humana que ya existía en esta y en otras formas de ocio, aparte de en la sociedad en general.

Por eso, pese a que ojalá pudiéramos hablar de mujeres, personas racializadas y LGTB por sus méritos propios en vez de con cierta perspectiva, como la de género, sigue siendo muy necesario hacerlo. Y así es como llegamos a publicaciones como «¡Protesto!», un libro de Anait donde varias autoras hablan de las mujeres en el mundo del videojuego, desde diferentes frentes: programadoras, artistas, traductoras, periodistas, comunicadoras, publicistas, jugadoras… dan su visión.

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Portada de «¡Protesto!», por Isabel Cano y María Pérez (Fuente: AnaitGames)

Lo que se ve en este libro, desde luego, se puede extrapolar a muchas otras formas de ocio. Ya hemos visto lo que pasa con los fans más rancios de «Star Wars» o de las películas de Marvel y DC; o que el ComicGate sea otra de esas demostraciones de la cara más fascista del ocio. Y, como digo, es algo que afecta a toda nuestra sociedad. Por mucho que vengan a negarnos la mayor, es un problema estructural y al que la mayoría hace oídos sordos.

El hecho de que este libro exista es la constatación de lo mucho que queda por hacerse en el mundillo; sin embargo, también es un libro en el que podemos ver que no todo es tan oscuro, y que hay avances. Pueden ser lentos, pueden ser pequeños comparados con los grandes males actuales, pero ahí están. Y de eso también se hace eco el libro, porque no todo es negativo.

Aparte, me gustaría resumir un poco de qué va cada capítulo del libro, junto con alguna pequeña impresión personal. En general, es un libro que me ha dado unas cuantas gotas de esperanza entre tanto enfado y frustración ante situaciones que deberían quedar atrás y, sin embargo, se ven actualmente reforzadas.

Desde aquí solo decir que no debéis tomar estos resúmenes como la única referencia sobre este libro, ya que, aparte de que no son más que eso, resúmenes, mis propias reflexiones pueden ser equivocadas al respecto (que yo soy un zote que a veces entiende lo que no es lo tenemos claro desde el principio, ¿no?). Si de verdad queréis informaros y crearos vuestra propia opinión, leed el libro, escuchad las voces de estas autoras.

Aparte, no soy yo quién para ir dando lecciones, hace casi cinco años bien podría haber sido parte del GG… Por eso pienso que textos como estos nos hacen falta, aparte de que siempre aprendes algo nuevo leyendo a las personas que tienen mucho que contar y a las que hemos ignorado tantísimo tiempo. Pero, insisto, leedlas a ellas.

***

«Sobre la necesidad de un libro de videojuegos con perspectiva de género» – Marina Amores

El primer capítulo sirve como introducción a los temas que se irán viendo a lo largo del libro. Marina Amores abre con el concepto de la cultura del simulacro, un patriarcado que hace creer que las mujeres ya son iguales que los hombre y que sus reivindicaciones actuales son nimiedades. Ya sabéis lo típico de «el feminismo de antes es el bueno», una forma como cualquier otra de tratar de neutralizar activismos y luchas diversas.

Las menciones al GamerGate, al acoso online y el negar la palabra a las mujeres que juegan o son críticas con la situación actual son una constante en el libro, por lo que saberlo desde el principio nos prepara para ello; aparte de que, visto el panorama, lo mejor es insistir. Porque hay que tener en cuenta el entorno en el que nos encontramos, cómo hacemos el vacío a las mujeres (y personas racializadas y LGTB), en una sociedad en la que ver dos mujeres besándose o que un juego como «Battlefield» tenga una protagonista lleva a muchos hombres a rasgarse las vestiduras cuando estos no tienen problemas en tratar a las mujeres, y no solo virtuales, como objetos.

Aparte de como introducción, el capítulo sirve para dejar claro el propósito general ya no solo de este libro, sino de cualquier obra crítica con perspectiva de género: el luchar contra el silencio impuesto por la sociedad patriarcal. Es un capítulo rápido que condensa la esencia de lo que vendrá a continuación.

 

«El futuro es femenino; el pasado, no tanto. Un repaso a la historia de las mujeres en los videojuegos» – Marta Trivi

Pese a que la tecnología tal y como la conocemos actualmente debe mucho a las mujeres. (nombres como Ada Lovelace o Hedy Lamarr, lo atestiguan), son precisamente ellas quienes parten en desventaja en trabajos tecnológicos. ¿Cómo es posible?

Marta Trivi nos lleva a recorrer el camino que acaba con un sector dominado por los hombres y hasta qué punto influye la sociedad. Una sociedad cómplice, que aparta a las mujeres en general de la educación superior, y que sigue relegándolas profesionalmente al cuidado o a las humanidades, todos esos trabajos considerados femeninos. Y, por qué no, que, en cuanto llegan al terreno dominado por los hombres, son invisibilizadas, cuando no echadas a patadas del lugar.

Todo el capítulo es un repaso por la historia del sector y de las tecnologías en general, con datos y gráficos que confirman el declive de las mujeres en carreras tecnológicas, forzado por esa visión masculina, o la brecha salarial (que muchos niegan). Y la sensación de que las mujeres llegan tarde, pero no porque ellas sean lentas, sino por todos los obstáculos que otros han puesto en su camino. A lo que se añade el concepto del espejismo de la igualdad, parte de la cultura del simulacro, el creer que todo está ya logrado y que para qué quejarse más.

Pero no todo es agrio: la conclusión a la que llega el capítulo, también basada en hechos, es tan sencilla como que la incorporación de la mujer al ocio, y concretamente a los videojuegos, permite mayor variedad y una riqueza que antes, con el modelo de hombre blanco cishetero como único e indiscutible, no parecía posible. Siempre estuvo ahí, pero no queríamos verlo.

 

«Periodismo de videojuegos: de cómo las mujeres están salvando el medio» – Laura Gómez

¡Ah, el periodismo de videojuegos! Por experiencia personal… no, no tengo buena experiencia personal, y el último año fue bastante apocalíptico para mí. Pero no, no vengo a hablar de mí, eso a lo mejor otro día.

Así que Laura Gómez nos habla de ese periodismo de videojuegos, tanto en la vertiente nacional como en la internacional. Aunque no profundiza en exceso, sí que nos deja claro el panorama en el que nos encontramos y en cómo la inclusión de mujeres concienciadas, tanto en la industria como en los medios, ayuda a que dicho panorama sea menos oscuro.

Hablamos de unos medios que dieron voz al GamerGate, que se lavaban las manos cuando Zoë Quinn, Brianna Wu o Anita Sarkeesian recibían todo tipo de insultos y amenazas, o de que, en nuestro país, hemos visto su equivalente con el mismo o peor grado de complicidad por parte de los medios que no tienen problemas en publicar editoriales lamentando que un neonazi no vaya a un evento de videojuegos, no se les caiga la cara de vergüenza al mostrar tiras cómicas denigrantes (a pesar de decir que van a cambiar a mejor), o, por qué no, publicar artículos deleznables sobre «gente ofendida». Y, sin embargo, y como se lee en el capítulo, la misoginia rampante no ha mermado a las mujeres, sino que las ha unido, y gracias a eso podemos ver esos toques más optimistas en estudios y en revistas. Incluso se menciona a «Todas Gamers» o «Terebi Magazine», iniciativas hispanohablantes con equipos femeninos que dejan claro que ellas tienen mucho que decir.

En esta época en la que rechazar ciertos productos artísticos y culturales es una forma de activismo, es bueno ver que, aunque sea poco a poco, el medio cambia para mejor. Incluso el periodismo de videojuegos puede hacer más bien que mal.

 

«Diseño y estética del personaje femenino en videojuegos» – María Pérez

Las mujeres han estado siempre en los videojuegos, desde luego… Pero claro: desde Peach siendo rescatada mil y unas veces hasta Samus Aran siendo más un trofeo al final para recrear la vista del jugador que la cazarrecompensas que aniquila piratas espaciales… hay mucho que decir.

Así que María Pérez nos lleva por la historia de muchos de estos diseños de personajes femeninos. La mujer como objeto de deseo, incluso cuando es la protagonista y con una personalidad bien definida, como ocurría con la antigua versión de Lara Croft. Es curioso también ver la comparativa de las infames ‘boobplates’ (corazas de armadura para acomodar las tetas, nada prácticas ni funcionales) o ‘armorkinis’ (su nombre lo dice todo) en muchos RPGs con, por ejemplo, las armaduras unisex y más realistas de «Dark Souls»; la aparante incapacidad de Zelda para defenderse por sí misma como princesa de Hyrule si no va disfrazada; o que «Bayonetta» se encuentre en la fina línea que separa la parodia del deseo sexual de su idealización fetichista (porque Bayonetta es muy consciente de su sex appeal, pero ¿hasta qué punto es una fantasía de quienes la crearon o algo que tome ella, como personaje, como decisión propia, dentro del contexto de su historia y demás? y no, no sé la respuesta).

El capítulo recorre varias épocas, con protagonistas y secundarias, ofreciendo pequeñas pinceladas sobre esa diferencia entre la fantasía de poder y la sexual. Vemos los más y los menos de muchos diseños conocidos, de la cintura de avispa, del reloj de arena, y de cómo va más allá del diseño, sino también del propio mensaje del juego y de cómo se han construido estas protagonistas y secundarias, de cómo las mujeres no pueden ser desagradables o del montón, algo que los personajes masculinos sí pueden ser. Pero, como todo, siempre hay esperanza, y hay buenos ejemplos que también aparecen en este texto. Lo que se agradece, pese a las sombras de duda y desigualdad.

 

«La mujer como actante» – África Curiel

A través del planteamiento propuesto en «Morfología del cuento», de Vladimir Propp, África Curiel nos lleva por los distintos papeles que la mujer puede desarrollar en la narrativa en general, y el videojuego en particular. Cada uno de estos actantes son: Sujeto (quién ejerce la acción), Objeto (qué meta hay), Destinador (qué o quién causa la acción), Destinatario (quién recibe/se beneficia de la acción), Oponente (quién se enfrenta al Sujeto) y Ayudante (quién colabora con el Sujeto).

Así, el capítulo se va deteniendo en cada uno de estos puntos, comenzando por el más conocido, por desgracia, el de mujer como Objeto. La damisela en apuros, la mujer que es capaz pero acaba siendo secuestrada… hay bastantes tropos al respecto, igual que entre las mujeres como Destinadoras se encuentra la también infame mujer en la nevera, o que, cuando es Destinataria, es más algo tangencial o, realmente, que beneficie a un protagonista masculino. Y, por supuesto, al hablar de la mujer como Oponente no se puede evitar la mención a la dicotomía virgen/bruja, ni que, como Ayudante, se hable del concepto machista de la mujer como carga útil o única sanadora.

Ver a la mujer como Sujeto, al final, no es tan común, lo que rompe ese espejismo de igualdad. Pero existe, hay ejemplos, algunos son mencionados en este capítulo… solo que, al final, en la ficción, no es tan variada como la contrapartida masculina, y es algo que no podemos olvidar y por lo que hay que seguir luchando.

 

«Construcción de personajes desde un punto de vista artístico» – Andrea Sacchi

Tomando como referencia las distintas expresiones artísticas y culturales, Andrea Sacchi habla de los personajes y su entorno en el mundo del videojuego. Aparte, también es una oportunidad de que se nos aclaren los conceptos de tópicos, típicos, tropos y símbolos, que son palabras con las que nos llenamos la boca sin saber realmente qué significan.

Teniendo en cuenta el dinero que mueve el videojuego y su impacto cultural a lo largo del tiempo, no es de extrañar que este capítulo desgrane la creación del personaje femenino y su relación con lo que hemos aprendido de nuestra sociedad. La cultura en la que nos movemos determina nuestras creaciones, y es algo que bien sabemos. Y de ahí todo lo que se ha visto hasta ahora, del protagonismo masculino, del rol actante de la mujer o de cómo su presencia en estos medios está mermada y el porqué. Y, por supuesto, cómo afecta a esa representación en el ocio.

Así que nos encontramos con los estereotipos, la disonancia cognitiva, la empatía y la identificación con los personajes. Pero también en cómo es importante la construcción de los mismos, concretamente mujeres. De cómo la mirada masculina afecta. De muchos factores que hacen que, como ya se ha visto en otros capítulos, haya avances, aunque sean lentos y se pongan muchas trabas.

Una mirada a la creación de personajes más allá de los estereotipos… y que no solo afecta a las mujeres.

 

«La interacción como procedimiento reivindicativo en el arte» – Isabel Cano

Aunque todos los capítulos tienen algo de la disciplina propia de cada autora, este es, tal vez, el que más se note su vena artística.

Isabel Cano comienza hablando de cómo, en el arte en general, la mujer siempre ha estado en la sombra, algo que sabemos, y que no es por su culpa, precisamente. Ahí entra esa necesidad que tenemos los hombres de que una persona solo sea válida si ha pasado por una academia (algo, durante mucho tiempo, vetado a las mujeres), una barrera más de tantas. También está el uso que se realiza de la mujer, de su cuerpo y de su desnudez, como un objeto o un fetiche bajo la batuta masculina en el que la mujer carece de cualquier tipo interacción (algo bien sabido y que nunca está de más recordar).

También está aquí presente esa diferencia entre el uso que el hombre hace de la intimidad femenina y esa misma intimidad en manos de la propia mujer. El caso de «Cibele», el juego de Nina Freeman sobre su experiencia online, es un ejemplo de ello, y el capítulo lo cuenta con el suficiente detalle para que veamos la diferencia. Dejar de ser pasiva, y en su lugar se activa y tener el control es algo que estas artistas nos han mostrado de muchas maneras, pero no hemos querido ver. El poder reinterpretar clásicos masculinos (y misóginos) para darles un enfoque diferente, diverso; el crear nuevas obras con otras sensibilidades, que aborden problemas que ignoramos y los pongan en la palestra, porque el arte no deja de ser comunicación, y toda persona pone algo de sí misma en lo que crea.

Es, en general, una visión centrada en el videojuego como arte, y en el arte propio en general, cómo este se puede usar para reivindicar… y que, por supuesto, hay muchas miradas, muchos puntos de vista. Y que ya va siendo hora de, como se dice al final del capítulo, prestar atención a las voces feministas de la industria.

 

«El caso Bioware: la evolución de la representación de la mujer» – Paz Boris

«Mass Effect» y «Dragon Age» son dos sagas AAA muy conocidas: aventuras espaciales o de fantasía épica, con toda clase de personajes carismáticos… y relaciones más allá de la amistad. Algunos hemos bromeado con que, por ejemplo, «Mass Effect» es un juego de citas con un minijuego de salvar la galaxia, pero la verdad es que hay que concederle a Bioware el esfuerzo por querer dar diversidad en sus mundos.

Paz Boris nos lleva por ambas sagas para ver la evolución del estudio canadiense, un camino que no siempre ha tenido los aciertos que se le han atribuido. Desde las asari, siempre sugestivas y apetecibles para el consumo sexual (incluso como matriarcas), hasta presentaciones algo desafortunadas de personajes que no se ajustan a la heteronorma, pasando por el hecho de que John Shepard siempre fuese el comandante protagonista, sin dejar apenas espacio a Jane Shepard en la publicidad. Sí, Bioware ha tenido sus tropiezos, y de eso se habla aquí.

Pero, sobre todo, se lanza una luz positiva sobre los aspectos en los que la compañía ha acertado y rectificado, tanto en lo referido a mujeres como a personajes LGTB, rectificando los tropiezos, creando especies con un dimorfismo menos antropomórfico (aunque se siga cayendo en algunos vicios), entre otros detalles.

Vivimos en una época en la que se nos habla de corrección política y de forzar la diversidad. El mundo es diverso, así al natural, por mucho que la ya mencionada heteronorma diga que no. Eso es algo que Bioware y otros estudios han visto y ya no solo como una forma de alcanzar a más público (no dejan de ser empresas que buscan un beneficio), sino también porque importa que las personas se sientan identificadas y representadas.

La perfección no existe, y es algo que se ve en este capítulo. Por eso tanto hablar de los aspectos positivos y negativos de una compañía que, conscientemente, ha intentado ir a mejor en temas de representación. Porque no solo es posible, también es necesario que esto no sea una excepción ni motivo de medallas: debe ser la norma.

 

«Masculino por defecto: traducción y videojuegos» – Judit Tur

El mito de la traducción es que, si chapurreas inglés, entonces puedes traducir lo que quieras. Sin embargo, este capítulo viene claramente con dos intenciones. Por una parte, barrer ese mito de la faz de la Tierra, cosa fácil en apariencia; por otro, y el principal, dejar claro que una traducción neutra o ‘por defecto’ no tiene por qué depender del masculino.

En español, el masculino también se utiliza como neutro. Eso lo sabemos desde el colegio. Adaptando casos reales para este libro, Judit Tur nos deja claro que, por mucho que la gramática española nos diga que el masculino es también el neutro, hay alternativas para no invisibilizar a las mujeres para crear frases y oraciones neutras. Esas alternativas están ahí, siempre que alguien se ponga a buscarlas. Es una de esas cosas que no tenemos en cuenta, pero el texto sabe que es un proceso de desaprendizaje largo y complicado. Pero los ejemplos ayudan, y mucho, a darse cuenta de que es posible.

Eso sí, también se nos advierte de las limitaciones que hay dentro de la traducción audiovisual, como el número de caracteres o el hecho de que nuevas formas no binarias, como «elle», no estén aún aceptadas.

En general es un capítulo muy instructivo, y con luces y sombras sobre un sector profesional que, si ya de por sí está mal considerado, a la hora de enfrentarse a estos retos parece tenerlo complicado. Me quedo con cómo la propia Judit califica la labor de traducción como una forma de activismo, aunque sea en la sombra.

 

«La publicidad, la percepción del videojuego en la sociedad y la figura de la mujer» – Diana P. Gómez

La publicidad está en todas partes, y desde los albores del videojuego, por supuesto, ha sido parte del mismo. Así que, en este capítulo, Diana Gómez hace un repaso de la historia de la publicidad en el videojuego y… sí, igual que en toda publicidad, hay una mirada androcéntrica, y ese concepto tan centrado en lo que gusta a los hombres (cisheteros, concretamente, y como en todo) es con el que se abre el capítulo.

A partir de aquí, empezamos el viaje en los años 1970, donde el videojuego es más bien visto como un juego para toda la familia, como si un parchís enchufado a la televisión se tratase. Lo que me parece curioso, y esto es algo que no me había pensado (porque creía que era algo inherente de sus comienzos) es cómo la mirada masculina se consolida más con las primeras revistas sobre computación, o cómo estas son el germen de la llamada «cultura gamer», aunque fuese algo a intuir teniendo en cuenta, yo qué sé, el rollo que nos llevábamos con Hobby Consolas. Pero sí, era la de entonces, la de los 80 y 90, una publicidad que mezclaba las fantasías de poder y sexual, algo que atrayese a los adolescentes (digo «los», precisamente, porque en la época se convirtió en el público objetivo, dejando de lado a «las»).

Es curioso cómo la publicidad, aun con la evolución de nuestro mundo, sigue teniendo estos ramalazos (de hecho, en el texto hay ejemplos relativamente recientes, como cierto anuncio de PS Vita que es de vergüenza ajena). Como en el resto del libro, siempre hay apuntes positivos al respecto, sin dejar de señar las vergüenzas y sombras del sector.

 

«El legado de la programación: el peso de ser mujer en un medio artificialmente masculinizado» – Irene Alvarado

El capítulo de Irene Alvarado es una visión aún más en profundidad de lo visto anteriormente sobre la influencia de las mujeres en la tecnología y cómo esta se ha reducido hasta haber dado un giro en una rama considerada de mujeres para convertirse en un sector masculino. Aunque este y el capítulo que repasa la trayectoria de las mujeres en el videojuego son independientes, también se complementan de una forma muy especial, al tratar un mismo tema a distinto nivel.

Aquí vemos con más detalle las barreras a las que una mujer interesada en la tecnología, y concretamente en las cincias de computación, se enfrenta: la segregación por géneros en todos los aspectos de la vida, la metafórica casa del árbol, el cuestionamiento continuo de las capacidades de la mujer (con el síndrome el impostor para añadir sal a la herida)… El acabar por adaptarse y renunciar a lo ‘femenino’, el tener que ser brillantes, no dejar sitio a la feminidad ni a la medianía… Por no contar los casos de discriminación, abuso y acoso.

El texto de Alvarado deja en evidencia las carencias de los sectores tecnológicos en general, y las palabras que se leen son las mismas que, una y otra vez, muchas mujeres han repetido hasta la saciedad y las hemos ignorado, o solo hemos hecho caso cuando un hombre se ha hecho eco, ignorándolas a ellas aún más.

Pero, y sé que suena repetitivo, el capítulo cierra con una reflexión una vez comentadas extensamente las problemáticas, habla de acciones, de soluciones y, ante todo, de esperanza. Que no sea fácil no quiere decir que sea imposible.

 

«Los eSports y la mujer: relato de una experiencia» – Nerea “Nercromina” Díaz

Recuerdo haber visto combates de Nercromina hace años, con una Cammy increíble. Pero, como muchos, para mí fue una rareza dentro de un mundillo en el que los nombres más famosos eran siempre masculinos. Y siguen siéndolo, por desgracia.

Todos los capítulos de este libro, junto a datos y hechos, tienen siempre un toque personal, pero desde luego, la experiencia de Nerea Díaz en el circuito profesional de los juegos de lucha es la más cercana a ese nivel. Es un recorrido por su carrera profesional y por todo lo que vivió, tanto para bien como para mal. Una autobiografía que nos lleva a un nuevo nivel más allá de lo que ya sabemos del acoso online a jugadoras, del término de fake gamer girl (en el que mucha gente, y me incluyo, hemos caído aun conociendo a bastantes jugadoras), o el más que sabido asunto de Geguri y cómo negaban su poderío como tanque en «Overwatch».

Aquí vemos todo desde dentro, cómo una mujer tiene que demostrar siempre de lo que es capaz, que debe ser excepcional, y cómo su talento siempre tiene que estar supeditado al de hombres (pareja, compañeros de equipo…). Porque el problema no es tener un maestro o aprender de tus compañeros, es, como deja claro la propia Nercromina, que exista la creencia de que todo dependa de ellos y nada de ti. Tus logros no son tuyos si eres una mujer, algún hombre ha tenido que ayudarte, y es algo que seguimos creyendo a día de hoy.

Es un capítulo agridulce y de los que peor me ha dejado. Y eso que, al final, la propia Nerea manda un mensaje esperanzador a toda mujer, sea jugadora aficionada o profesional, para seguir adelante. Que su historia ayude a otras es un comienzo.

El pesar del viejo webcomiquero

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A veces pienso en todo lo que ha pasado desde que, hace trece años y unos pocos meses, vio la luz «Las Paridas de La Guarida», uno de tantísimos webcómics primerizos que asentaron las bases sobre qué hacer (y, sobre todo, qué no hacer) si hablas español y quieres publicar tus viñetas en Internet. El artículo que le dediqué ante un hipotético undécimo aniversario resume bastante bien aquella experiencia, aunque soy de esos a los que les gusta remover su propio pasado, y más el creativo. Acaba convirtiéndose en algo cíclico y descubres cosas nuevas.

Como una excavación arqueológica, pero en tu propio cerebro.

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¡Aquí no hay quien viva con estos percebes que se avecinan!

Aquello fue toda una experiencia, desde luego. Sigo pensando en ello, en lo positivo y en lo negativo. Pienso en el potencial desperdiciado, y pienso en cómo no era capaz de organizarme para sacar tiempo, lo que acababa con una actualización al mes si tenía suerte… Pero también pienso en todo lo que empecé a aprender y, desde luego, en la gente a la que conocí. Gente que ahora bien veterana y más o menos famosa, que cumple sus 10 o incluso sus 14 años, y a la que conocías personalmente porque en aquellos años éramos cuatro gatos haciendo viñetas. Y mirad, cuando caía una visita a Zaragoza incluso cuando el WEE desapareció… pues qué bien todo, porque a fin de cuentas hicimos muchas amistades, unas duraron y otras no.

Siempre pensaba, generalmente, en lo negativo, que no era poco, que ofrecía «LPdLG»; sin embargo, ya veis que comencé, con los años, a ver su lado positivo, y ahí están esos locos con sus locuras y sus cameos, para la posteridad. Que hay cientos de webcómics similares, eso sin duda, que el arte de hacer humor absurdo y referencial, y la obsesión por los cameos es algo más universal de lo que yo pensaba en aquel entonces. Pero bueno, era mi webcómic de humor absurdo y referencial hasta los topes de cameos.

Y, por supuesto, hay que recordar que alguien de ese plantel de chiflados volverá, en un futuro, y con otros compañeros de viaje, pero a veces…

… Es curioso, pero a veces me hubiera gustado resucitar este webcómic, aunque sea para hacer tiras de cajón de sastre, algo non-sequitur. La idea de reabrirlo un 28 de diciembre, o que Monty y Mike regresen porque están buscando una gloria pasada que nunca tuvieron (aunque Monty sigue creyendo que sí, que él fue famoso porque hizo un par de cameos fuera de «LPdLG»).

Una chorrada, vamos. Como la chorrada monumental que fue «MODOK, Cabeza de IMA».

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Le traen de cabeza, desde luego.

¡Ah, la moda de los webcómics de 50 tiras! Copiar y pegar los mismos dibujos para hacer chistes infames sobre un tema en concreto. ¿Casas? ¿Matrimonios? ¿Caras? ¡Lo que sea! Incluso hacer chistes sobre el cabezón de uno de los villanos más conocidos, inteligentes, ridículos y patéticos de Marvel.

Lo curioso de todo fue que aquel experimento gustó mucho, más incluso de lo que me gustaría admitir. Me hizo pensar en cómo este absurdo tenía más reconocimiento que «LPdLG», supuestamente mi cómic principal, el que debería atraer más la atención… Pero bueno, las cosas fueron como fueron, aquella tontería fue hija de su momento, tuvo su fama y ahí se quedó. La gente apenas recuerda los chistes horribles con MODOK y su organización criminal. El día que Marvel me ponga una denuncia igual sí se acuerda la gente, pero esperemos que nunca llegue ese momento (lo de la denuncia, digo).

Pero todo se acaba, y tanto las chorradas de 50 tiras como los webcómics primerizos también. Pero incluso con el pequeño vacío y descanso, uno acaba volviendo, así que… Bueno, digamos que «Apolo» vino a cubrir un nuevo hueco.

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Esas dos rayas dicen mucho de lo que hay en este cómic…

De este webcómic-desafío ya también hablé en su momento. Fue esa primera experiencia de dibujar guiones ajenos, junto al hecho de tener que enfrentarme a algo serio. No es precisamente una experiencia agradable. Era más el desafío, el tratar de hacer un cómic en menos de un mes…

… Al final fueron 36 días, por lo que aquel desafío fracasó, pero para mí siguió siendo un logro, sobre todo por mi historial previo. Incluso el hecho de hacer dibujos que antes no era capaz ni de imaginar, o el ver que podía hacer algo que no tuviera que ver con humor o cameos o referencias. Que había algo más que podía ofrecer, y que mi estilo podía adaptarse a ello. Ese estilo tan raro, que mezcla influencias occidentales y orientales, podía usarse para algo más serio.

Y así es como, finalmente, llegamos a «Zodiac».

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Unos corsarios muy salaos.

De este webcómic hablé dos veces: una vez cuando más o menos llevaba la mitad de mi recorrido, y otra vez cuando acabó. No dejaré de repitir que fue gracias a «Zodiac» que pude salir realmente de mi zona de confort en lo que a dibujo se refiere, y que supuso también el enfrentarme a mis miedos pasados sobre no poder sacar tiempo para dibujar y aprender a organizarme un poco mejor.

Fue algo catártico en muchos sentidos, fue reencontrarme conmigo mismo, con el yo de hace años que tenía ilusión por hacer viñetas. Por supuesto que antes ya quería dibujar, llevo garabateando desde crío… aunque hubo momentos con «LPdLG» que había perdido buena parte de la ilusión porque mi autoestima no acompañaba, y porque, lo admito tras tantos años, sentía mucha envidia por la gente que triunfaba (se lo merecieran o no… se lo merecen, ya os lo digo). Pero fue «Zodiac» el webcómic que consiguió que la chispa ardiera con tanta intensidad durante los cuatro años que duraron mis andanzas con esta banda de corsarios ucrónicos.

Y ahora os preguntaréis: ¿a qué viene este post? Digamos que, aparte de ponerme a rememorar estas cosas por los aniversarios de «¡Eh, tío!» y «El Vosque», también es porque, creo, y pese a que no hayan sido 13 años sin parar… he sufrido cierto desgaste como dibujante.

Fue acabar «Zodiac» y pensar que, bueno, ahora tengo tiempo para hacer chorradas, fanarts, cosas más ‘oscuras’ (y no visibles para todos) y similares…

 

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A veces, nuestro lado oscuro tiene forma de zorrita salida del año 1930 y pico llamada Chiki.

El problema está en enfrentarme a una hoja en blanco y no saber rellenarla. Lo que antes ni siquiera era un problema, o no era tan común, es mi día a día actual. He llegado a un punto en que mi cuerpo y mi mente no están de acuerdo en seguir dibujando. Como si tuviera que obligarme a descansar.

Y cuando empecé a sufrirlo, me dije que yo no quería eso, no quería pararme. Esos cuatro dibujos que ilustran los cuatro webcómics de lo que hablo en este artículo  fueron un intento de darme un homenaje y no abandonar el lápiz. Y me puse con algunas cosas sueltas (como Chiki), e incluso unos pocos fanarts. Y compartir parte de ello en mis redes sociales…

 

… Pero todo va a un ritmo muy, muy lento. No, no hay una excusa sobre no organizarme ni que me falte tiempo. Este agotamiento, o al menos creo que es eso, es lo que hace que no tenga esa pasión, esa creatividad, esa determinación. No culpo a la casi constancia con «Zodiac» de lo que me ocurre actualmente, porque esta saturación ha sido una acumulación de muchas cosas.

De ahí ese pesar del viejo webcomiquero. Del tipo que llevaba 13 años dibujando monigotes, viñetas y demás, y que ahora siente que no puede dibujar tan de seguido, pese a que «Zodiac» terminó no hace ni medio año. Pero así estoy, rascando cuando puedo la poca motivación que me queda, mientras espero que la cosa mejore.

No le deseo a nadie pasar por esto. Ni de broma. Es algo que, ojalá, no tengáis que experimentar. La sensación de no poder crear nunca más, o de no crear tanto como quisieras. Mientras tu cerebro funciona a todo gas generando nuevas ideas, es como si se las fuese reservando, porque no se siente con ganas de plasmarlas, y el resto del cuerpo está de acuerdo en dejarlo estar hasta que llegue el momento.

Así que… bueno… ahí estamos, ¿no? Pero no sé… Aunque no estoy en mi mejor momento creativo, al menos me esfuerzo para que lo poco que salga destaque, sobre todo para bien.

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A fecha de hoy, esto es lo más reciente que he dibujado.

Ya llegará el momento en que recupere mis energías. Solo quería dejarlo salir, porque es mejor hablar de ello, soltarlo, enfrentarse a esa realidad de la forma que sea.

Así que solo queda armarse de paciencia y seguir con estos intentos cuando buenamente pueda. Al menos no estoy parado al 100%, solo que ojalá estar más activo y creativo.


El Chocujuego

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Durante años, muchos años, él, el Chocu, ha sido todo un fenómeno en las redes sociales. Nacido como la versión oscura de Coco, la mascota de Choco Krispies, sus aventuras comenzaron en el cajón de sastre «ASDFG», en la difunta Subcultura, obra de tantos autores que, si bien algunos son reconocibles, como Malleys o Malpu, siempre te preguntas quién más estaba, está y estará por ahí. Protagonizando tiras con el generador de cómics de Kellog’s, Chocu y sus amigos y enemigos desarrollaron su peculiar forma de hablar como forma de sortear el filtro anti-palabrotas que venía con el programa de marras.

Chocu pronto dejó de estar exclusivamente en Subcultura, y sus creadores se establecieron en Twitter, donde el magnate y tirano de los cereales Chocopocs tiene una legión de seguidores que crece y mengua día sí, día también, mientras la lista de gente que lo ha silenciado o bloqueado aumenta.

Chocu y familia han pasando por toda clase de sagas e incluso cambios de personalidad (como Magogo o los posavasos). Incluso tiene una Wiki para no perderse en la ingente cantidad de historia (o intento de la misma) que tiene esta jungla de locos.

8 años

Seamos sinceros: el humor (o algo que se le parezca) de los habitantes de la Chocucabaña es de ese que o amas u odias. Es más fácil caer en lo segundo y, por ósmosis o porque todo el mundo está que no para, acabas incluso pillándole cariño a la memez, aunque sea por el trabajazo que, en realidad, hay detrás. Yo admito que mezclo mis periodos de estar superenganchado con alguna saga currada con otros en los que me alejo del mono lo más rápido y lejos que pueda.

Y en 2016, se suponía que saldría el videojuego oficial de tan extravagante mono psicópata. Solo que, conociendo a sus autores, 2016 puede significar perfectamente 2019. Es lo que pasa cuando creas un juego en tu tiempo libre comunicándote con el resto por Telegram y, aun así, poniéndole todo el empeño y cariño posibles.

La cuestión está en que JAJA SÍ, ES ÉL, EL CHOCUJUEGO.

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El Chocujuego: El Dark Souls de los Bloodbornes de los Sekiros de los juegos de mascotas de cereales.

«Las aventuras de Chocu: el videojuego» suena a broma. Suena a malware listo para reventarte el ordenador. Suena a que te van a colar entera la película de «El profesor chiflado» de Eddie Murphy. Suena a porno de Shrek camuflado.

Es todo eso y más.

«El Chocujuego», como también se conoce y es mucho más corto, es un juego de plataformas de esos que son puñeteros por sí mismos. Y aquí es donde me llevo la primera sorpresa: pese a que su aspecto bebe directamente de la cutrez de las tiras hechas con generador de Kellog’s, el juego en sí es un ejemplo de cómo, con sencillez, puedes hacer un buen planteamiento de sus fases. Todo en ellas cumple un propósito…

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Esto, por ejemplo, cumple el propósito de matarte del aburrimiento.

… Incluso si ese propósito es amargarte la existencia. Porque, aunque empiece fácil, «El Chocujuego» va complicándose cada vez más en su búsqueda del Chocopoc Primigenio, hasta el punto de querer tirar el teclado por la ventana. O el ordenador (de sobremesa o portátil, da igual). O la mesa, directamente, y te dejas de rodeos.

En realidad no es tan tremendamente complicado, pero hay dos factores que juegan en contra del jugador.

Por un lado, los controles, que unos momentos pueden responder perfectamente y otros, sin embargo, deciden hacer lo que les salga de los mismísimos. Junto a eso, hay algún que otro bug que puede saltar porque sí. Lo que no sé es, dada la naturaleza de Chocu y compañía, hasta qué punto son intencionados. Aun así, mejor que «Mighty No. 9» y cuesta menos.

Y, además, esto de aquí añade aún más dificultad al juego:

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¿Veis todos esos mensajes que aparecen en pantalla? Estados de gente aleatoria similares a los de Facebook (ya os digo que por salir, salgo hasta yo), José María Aznar agregándote y quitándote de su lista de amigos, y, cómo no, Chocu y el resto de personajes dejando comentarios por doquier. Esto hace que la dificultad suba como la espuma, porque tienes dos problemas: te quitan espacio en pantalla y te debates entre leer las chorradas que sueltan o pasar de ellas (mientras inundan la pantalla, no ves nada y MUERES).

Por fortuna, se pueden quitar… o puedes aumentar su cantidad. Porque este juego te facilita la vida o te la complica, según te dé la gana. Si por opciones será…

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El Chocujuego da valiosas lecciones para la vida y para que no seas un mierdas. Si el Chocujuego lo dice, no seas un mierdas.

Como se puede apreciar y ya he comentado, gráficamente tira de toda clase de imágenes de ‘stock’ y de los personajes del infame generador de tebeos, junto a algunas cosas nuevas, entre arte oficial de «Motu y Patlu» o, por qué no, dibujos originales de algunos de LOS AUTORES.

Todo ello contribuye a esa sensación de cutrez y mala baba que caracteriza al Chocuverso. Mención especial merecen las pantallas de GAME OVER, donde los muchos padres de la criatura dan rienda suelta a su imaginación, desde collages hasta dibujos geniales y perturbadores a la vez…

… No voy a poner ninguna de esas pantallas de GAME OVER porque, a ver, es mejor que te sorprendan (para bien o para mal) por tu cuenta.

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En cambio, os dejo con el duelo del siglo: Chocu vs Arturo Pérez-Reverte

Luego está el apartado sonoro, con toda clase de sonidos más que conocidos y varias tonadillas que, desde luego, se acreditan convenientemente en el juego. Ninguno de estos son de producción propia, a excepción de varias líneas habladas por los personajes y, sobre todo, la música original compuesta y/o remezclada por Ziru, Repelux y Malpu.

Y eso incluye que esta música original sea tremendamente pegadiza, y que incluso se convierta en parte activa de una de las fases, que nada tiene que envidiar a las fases musicales de «Rayman Legends»… bueno, sí, envidia los graficazos de aquel juegazo, pero «Rayman Legends» no tiene a Chocu, así que quedan empatados.

Los temas originales y remixes de la banda sonora del juego están aquí y aquí, para vuestro goce (o rechinar de dientes).

Es un juego que, visto lo visto, podría haber sido un desastre. Y, a ver, un poco desastre es, pero es uno desternillante, con toda clase de personajes soltando estupideces a una velocidad imposible, mientras tratas de hacerte con todos los secretos. Porque encima el puñetero juego tiene secretos, un modo EX una vez te lo pasas con nuevos desafíos y fases, tienda para comprar objetos de mierda, e incluso galerías de fotos, dibujos originales de LOS AUTORES, fanarts…

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Como esta maravillosa obra hecha por un servidor

Así que… en fin… Si eres fan del mono más disléxico, malhablado, tirano, explotador de niños en sus minas de Chocopocs y sus amigos, aparte de que quieras un juego desafiante… Pues ahí que va, ¿no? Te puedes bajar el juego de Google Drive, o de Mega, mientras no se saturen los servidores, que total, darle leña al mono es gratis.

JUGAD SUS PRODUCTOS (con moderación).

 

Binti: Hogar

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Cuando el año pasado leí «Binti», dejé claro mi interés en ver cómo seguiría la historia de la primera himba admitida en Oomza Uni, la universidad más prestigiosa de este rincón del Cosmos.

¡Y por supuesto que Crononauta no iba a decepcionar! Tenemos la segunda parte de la trilogía de Nnedi Okorafor en nuestro país, con los mismos estándares de calidad sobresalientes en edición y traducción (de nuevo con el muy buen hacer de Carla Bataller). ¿Qué más se puede pedir?

Pues sinceramente, nada más, aparte de que, tras leer «Binti: Hogar» tengo muchísimas ganas de leer la tercera parte, así que la impaciencia para que la saquen está ahí, porque cumplir, cumplen. Y porque Okorafor mola, pese a que solo haya leído de ella estas dos novelas cortas.

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Portada de la edición española [Fuente: la web de Crononauta]

Pero a lo que vamos, ¿qué nos cuenta «Binti: Hogar»? En general, mantiene y amplía algunos de los temas vistos en la primera parte, junto a otros nuevos, y revelando detalles que se había planteado en la trama del anterior libro, desvelando misterios y planteando más.

«Binti: Hogar» se sitúa al final del primer año académico en Oomza Uni. Binti y Okwu son las primeras himba y medusa, respectivamente, en entrar en la prestigiosa universidad, Sin embargo, Binti siente la necesidad de volver a casa, enfrentarse a una familia que dejó atrás para seguir sus aspiraciones, y realizar el peregrinaje que afiance su identidad. Y, de paso, que Okwu se convierta en una suerte de embajadora de su especie.

Solo que, como en todo viaje, siempre hay imprevistos…

Y aviso que hay algunos detalles que son destripes de la primera novela, así que, aunque sean cosas menores, es mejor si leéis antes «Binti», que sigue siendo canela fina a día de hoy.

«Binti», la primera novela, era un viaje accidentado a Oomza Uni en el que su protagonista se las veía y deseaba para sobrevivir a un ataque usando su intelecto y su empatía, pese a no tenerlas todas consigo. «Binti: Hogar», la segunda, es un regreso a casa, a un lugar familiar. Sobre todo cuando la propia Binti siente una crisis de identidad y su terapeuta le recomienda que haga ese viaje de vuelta a La Tierra, para reencontrarse. Y es que los eventos de su viaje a Oomza Uni se notan claramente, al haber sido este una experiencia traumática, a lo que se añade el constante choque cultural de un planeta en el que Binti no está tan integrada como parece: no solo por su parte himba, sino también por el ADN de medusa que ahora es parte de ella.

También está el hecho de volver a ver a gente que creías conocer, pero, sin embargo, resultan hasta extraños. Eso fue lo que más me llamó la atención del regreso de Binti a la casa familiar, «La Raíz», esa sensación de lejanía, algo que se podía intuir cuando Binti, en su viaje a la universidad, sentía que estaba abandonando a los suyos. Y que este temor se confirme, sobre todo ahora que va junto a Okwu y que su pelo se haya convertido en tentáculos okuoko, por mucho otjize que lleve encima.

La identidad de una misma, si bien depende de quien es y sus decisiones, también se ve determinada por quienes están a su alrededor, y es algo que Binti experimenta en buena parte de la novela: en sus clases, en su relación con Okwu, en su encontronazo con su propia familia… Y también cuando Binti se aleja de todo esto, descubriendo partes que desconocía.

Porque «Binti: Hogar» recupera la búsqueda de quiénes somos, Binti se enfrenta a los episodios violentos de Okwu, a sus propios arranques, a una familia que la acusa de dejar el negocio familiar (culpándola de la salud de su padre), a otra familia que desconocía y guarda muchos secretos, al enigma de la Mascarada Nocturna… Y eso, al final, acabará siendo tan parte de ella misma, dejando claro que le queda mucho por descubrir.

Profundiza mucho más en ese descubrimiento personal, porque si Binti, en la primera novela, tenía que marcar su propio camino a través de las decisiones que tomaba, aquí, junto a esas decisiones, están los detalles del pasado de su familia que le es desconocido, el cuestionamiento de lo que siempre ha creído y, una vez más, la importancia del respeto y de la herencia cultural. En este caso, no solo está en cómo los habitantes de La Tierra reaccionan ante la presencia de Okwu, una medusa que está lejos de haber abandonado su beligerancia, o en cómo la familia de Binti puede o no aceptar que ella sea estudiante de Oomza Uni y medio medusa; también está el descubrimiento de los enyi zinariya, el mal llamado «pueblo del desierto». Los prejuicios y las ideas preconcebidas juegan un papel mucho más importante, y el cómo cuesta deshacerse de dichas ideas.

Lo interesante es que Binti, precisamente, se convierte en el eje de todo ello. El constante choque cultural que ha sufrido desde su llegada a Oomza Uni, la reacción de su familia y el conocer más sobre los enyi zinariya, a los que ella también ha considerado como salvajes, hace que se dé cuenta de que todas esas experiencias son parte de ella misma. Binti continúa aprendiendo.

A eso se añade, como ya comenté antes, el trauma que sufrió en la primera novela. Esto es tratado de una forma directa, notándose en la forma de actuar y pensar de Binti, en momentos bastante bruscos que te hacen pensar en cómo esta nos afecta.

Aparte, uno de los misterios de la primera novela empieza a revelarse: el edan, el misterioso artefectado que salvó a Binti, que le ayudó a comunicarse con las medusas tiene un origen que solo a través de su conexión con ese pasado familiar mostrará su auténtica naturaleza. Lo que era un pequeño objeto misterioso, se convierte en algo mucho más grande. Todo esto, al final, nos lleva a la revelación que apunta a un nuevo comienzo para Binti…

… Y lo que nos queda. Porque, a diferencia de la primera novela, «Binti: Hogar» acaba con la promesa de que aún queda por contar. Sobre todo por saber qué pasará con Okwu. Y aquí diré el único punto negativo que he podido sacarle a esta historia: Okwu pasa de ser co-protagonista a desaparecer. Binti es la narradora, la protagonista y, a fin de cuentas, tenemos su historia, pero también se nos habla de su conexión con la medusa y, sin embargo, no es tan prominente. Aunque también puede ser parte de mis propias expectativas, sobre todo después de cómo su relación se desarrolló en «Binti», desde el desprecio mutuo hasta una confianza que, aunque a veces se tambalea, las mantiene unidas.

Así que ahí estamos, disfrutando de este viaje por el afrofuturismo y con muchas ganas de saber de la conclusión de esta trilogía.

 

Thimbleweed Park

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Las aventuras gráficas y yo nos solemos llevar bien, pese a algunas tiranteces. Los «Monkey Island», «Day of the Tentacle», los juegos de Sam y Max (sinceramente, me gustó más lo que hizo Telltale que el «Sam & Max: Hit the Road», de LucasArts), «Toonstruck», «Grim Fandango»… Todos, con sus cosas buenas y malas, me gustan en buena medida.

(Si alguien pregunta: los «King Quest» me pillaron ya bastante tarde, dependía de pequeño de mi tío para jugar a según qué cosas, pero sus mil y una muertes me parecen geniales.)

Pero hay un juego, uno en especial, de este género con el que nunca me he llevado bien: «Maniac Mansion». Sí, el juego cuya continuación me gusta mucho. Y sí, suena contradictorio.

Mi problema con este juego es que, aun con guía, resultaba demasiado enrevesado y, por momentos, estúpido e incapaz de perdonarte ni una. «Day of the Tentacle» tiene sus chorradas, pero entran dentro del absurdo de su mundo, reforzado por su estilo gráfico. Su predecesor es, directamente, un juego sádico, sin piedad, y encima con un estilo visual desagradable, aunque todo sea por el tema de las limitaciones de la época. Jugarlo en la actualidad es, dependiendo de la persona, desde una experiencia atemporal hasta una tortura inenarrable.

Claro que… No hay que quitarle su justo mérito: supuso una revolución no solo por su sadismo lúdico, sino también por ser el origen del SCUMM (Script Creation Utility for Maniac Mansion), el lenguaje y motor de juego que implementó el sistema de unir verbos y objetos para resolver puzles de lo más enrevesados. Y, con esa filosofía, es con lo que llegamos a «Thimbleweed Park», el juego de Ron Gilbert y Gary Winnick que viene a recordarnos la época en la que el SCUMM era una novedad (no por nada, Gilbert es el padre del SCUMM junto a Aric Wilmunder).

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«Thimbleweed Park» es una manera de cómo usar la nostalgia para crear un juego que rinda homenaje a un género que, aparentemente, languidece, pero sin dejar que dicha nostalgia te ciegue… la mayor parte del tiempo. Me iré explayando al respecto…

«Thimbleweed Park» empieza con un asesinato en un pueblo estadounidense, en el año 1987. Como si «Twin Peaks» y «Expediente X» se diesen la mano, los agentes del FBI, Ray y Reyes, tienen que descubrir quién mató al misterioso cadáver, buscando por el pueblo de Thimbleweed Park, no sin obstáculos, las pistas que lleven al asesino. Para ello, también se valerán de unas curiosas computadoras, que funcionan con válvulas de vacío…

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Mientras tanto, conoceremos a Ransome, el *blip* payaso de los insultos, condenado a llevar su maquillaje de por vida debido a una maldición, y aficionado a insultar y vomitar palabrotas; a Delores Edmund, programadora de videojuegos que vuelve al pueblo por asuntos familiares, pero a la que su familia, la más rica del lugar y propietaria de PillowTronics, no aprecia mucho; y a Franklin, un fantasma del que no puedo decir mucho…

Así que menudo percal, ¿no? Asesinatos, un pueblucho, payasos, frikis, fantasmas… La sensación en general está muy lograda, estamos en un pueblo estadounidense apartado de todo. Creo que, en materia de videojuegos, desde «Alan Wake» no había sentido esa sensación tan lograda, como estar en un episodio de esos de la tele con esta clase de localizaciones, solo que, por lo menos, la desesperación de «Thimbleweed Park» no viene de un guion flojo.

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De hecho, es la mejor baza de este juego: su guion. Y sus personajes. A través de los clásicos diálogos que no llevan (¿o tal vez sí?) a ninguna parte, conocemos mejor las motivaciones del quintento que podremos manejar. Es una forma curiosa de ver la trama desenvolviéndose, a través de esos personajes que, aparentemente, no tienen nada en común, pero al final tienen que juntarse para resolver el misterio. ¿Qué misterio? Pues eso… el misterio… ¿cuál si no?

Y aunque me guste su guion, cuando el juego entra en su segunda mitad (porque está dividido en varias partes, solo que las ‘mitades reales’ por así decirlo son mucho más claras), decide jugar con nuestra mente de una forma extraña. Lo que es un arma de doble filo.

Está muy bien que el juego sea cómplice con sus jugadores a la hora de mostrarnos qué hay más aparte del asesinato. Y, de hecho, desde el comienzo «Thimbleweed Park» ha ido dejando pistas aquí y allá de qué pasa en esta localidad, en este mundo, y que nosotros veamos por nuestra cuenta lo que ocurre. Sin embargo, en sus últimos compases, todo se nota… atropellado. Pese a que ha estado montando todo con delicadeza, es como si, al final, el mismo juego le diera una patada a su trabajo y nos dijese que esto se acaba.

Y eso hizo que la experiencia se amargara un pelín para este seguro servidor.

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A lo que se añade otro asunto: es un juego autoconsciente, a muchos más niveles de lo que se esperaría. Y muy referencial (incluso auto-referencial). Ya no solamente sobre los años 80, sino también sobre las aventuras gráficas. No es solamente encontrarte con referencias a «Star Wars», «Star Trek», las tendencias musicales de la época, es también encontrate con referencias y cameos nada velados de los juegos de LucasArts (o, como se conoce aquí, MMucasFlem). Llega un momento en que saturan, así que aquí dependerá mucho de nuestro aguante con las referencias, a veces te dan ganas de gritar ¡AH, LOS 80! con una carga extra de sarcasmo, seguido de ¡AH, LAS AVENTURAS GRÁFICAS!.

Quiero decir… ¡Hasta los pueblerinos son conscientes de los tropos de las aventuras gráficas! ¿Y cómo es que la gente de un pueblo en el culo del mundo sabe de aventuras gráficas? Pues ahí está el tema… y es algo que… bueno, si lo jugáis lo averiguaréis.

Ah, y una cosa que me ha sorprendido de este juego es su aspecto gráfico. Ahí es donde el fantasma de «Maniac Mansion» sobrevoló mi escritorio, porque el diseño está inspirado en el mismo, por no decir que es prácticamente idéntico… solo que mejorado. Personajes cabezones que se desplazan de forma rara, pero mejor definidos, y con una paleta de colores que, de nuevo, nos lleva a esta clase de localización tan propia de series y películas estadounidenses. Aparte, cuando los diseños se salen un poco de lo que son puramente MM, se agradece; y ahí están Delores, el jardinero Doug y, sobre todo, Ransome para demostrarlo.

Y los escenarios están muy, muy, MUY bien, todo sea dicho.

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Luego está la parte sonora, que está a un gran nivel. La música, de nuevo, nos lleva a esta clase de historias de puebluchos aparentemente incomunicados con el resto del mundo, con su pequeño restaurante, su café, su sheriff entre sospechoso e inútil, sus habitantes desconfiados… Que los actos de este pueblo y la música consigan mantener esa atmósfera me parece genial.

Y a eso se añade un buen reparto de voces (en inglés). También te ayuda a ver, comparando lo que dicen con lo que se dice en los textos, la gran labor de traducción al español. Una adaptación muy notable de los diálogos y textos, todo sea dicho. Hay que reconocer el trabajo bien hecho sí o sí, y el de Concha Fernández en este juego lo es.

En términos de jugabilidad, «Thimbleweed Park» no se complica en absoluto: usa su propia versión del SCUMM, y tira millas. No necesita más y, de hecho, cumple el objetivo de tener una interfaz sencilla, con verbos y un inventario, mientras tratamos de resolver los acertijos que se nos proponen, manteniendo la esencia de los juegos a los que emula. Y, sí, más de una vez son muy rebuscados o la lógica ha decidido irse al baño en ese momento.

Lo que, por otra parte, es también parte de su encanto, por así decirlo. Recuperar esos puzles absurdos, sin aparente lógica aunque sí la tenga (solo que en cierta manera retorcida), haciéndote dar vuelta por los escenarios, buscando hasta en el píxel más insignificante algo que te ayude.

Eso sí, aparte de que hay un modo fácil, que se salta algunos puzles y simplifica otros, los responsables del juego saben lo estresante que puede ser una aventura gráfica complicada, y llamando a un número de teléfono dentro del juego podemos obtener ayuda…

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¿Estas pistas te revientan la experiencia? Algo que tenían las aventuras gráficas de antaño era el devanarse los sesos tratando de resolver los enigmas… hasta el punto de rendirnos y recurrir a guías. Y ¿nos quitaban diversión las guías? Pues, en mi opinión, no. De hecho, más de una vez te sorprendías con la respuesta a un acertijo, el clásico «¡claro, eso tiene sentido (dentro del mundo del juego)!». Y todo se vuelve más claro. Así que me gusta este detalle, sobre todo para los que somos muy torpes.

Aparte, en otros juegos siempre había alguna que otra pista, aunque no fuese tan descarado, así que, yo qué sé, aquí hemos venido a pasárnoslo bien, ¿no?

En resumen, «Thimbleweed Park» es un juego pensado, sobre todo, para quienes disfrutaron de las aventuras gráficas de LucasArts. Sobre todo aquellas antes de la marcha de Ron Gilbert o Tim Schafer, por decir un par de nombres asociados a los juegos de ese estudio. Es un juego un tanto de nicho, pero, aun así, bastante interesante aun con mi puntillosidad en ciertas cosas.

No me ha apasionado, pero me esperaba algo más «Maniac Mansion» en lo malo, así que me doy por satisfecho.

Fanfic, divino tesoro

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El término fanfiction o fan-fiction pertenece a la lengua anglosajona y puede traducirse como “ficciones de fans”. Frecuentemente se encuentra abreviado como fanfic (esta abreviación es la más percibida como una sola palabra en el ciberespacio) o, de forma simple, fic.

Se trata de una ficción creada por fans y para fans, la cual toma un texto original o persona famosa como punto de partida. Se crea, por lo general, en una comunidad o fandom y es distribuido, principalmente, en línea, aunque antes de Internet se imprimían.

Wikipedia en español

Toca hablar un poco de los fanfics desde una perspectiva un tanto personal, pero antes necesito que pongamos las cosas en contexto…

En La Nave Invisible, Anna Roldós escribió sobre los fanfics: sus orígenes, su significado, su relevancia (especialmente entre las mujeres, sus mayores baluartes), y el desprecio hacia estos mezclado con misoginia. Esto se complementa con este artículo de Darkor de 2016 sobre Philip José Farmer. Ambos artículos son los que me han inspirado a escribir este post… aunque al final, lo que voy a decir, no tenga mucho que ver con lo que ellas han comentado.

También, por añadir, está el texto que escribí en su momento, «El fanart y yo» que, pese a que el título lo deja claro, tiene algunas menciones a los fanfics y, sobre todo, refleja mi postura al respecto de las obras de fans como muestra de amor y apoyo a la obra original hace tres años y que sigue prácticamente intacta.

Pero entonces… si mi opinión sobre fanfics y fanarts se mantiene casi igual, ¿Por qué escribir este post? Pues vamos a ello, ¿no?

Desde luego, no vengo aquí a hablaros de la historia del fanfic, porque de eso ya lo tenéis, y muy bien contado, en los enlaces. Pero sí que vengo a hablar de cómo yo mismo he tenido esa experiencia, sin saberlo primero, observando desde la barrera luego y escribiendo después, para después despreciarlo y, con el tiempo y escuchando a gente más sabia, volver a interesarme. Puede que ahora mismo no sea ni lector ni escritor de fanfics, igual que tampoco hago ni leo (apenas) webcómics, pero sí que soy de los que volvería a caer en ello…

En ocasiones, más allá de crear algo 100% nuestro, tenemos un sentimiento, una necesidad de volcarnos en obras derivadas, el deseo de mostrar nuestro apoyo hacia obras ajenas dando nuestra propia visión de las mismas. O, tal vez, no estemos conformes y demos nuestra visión, como fans, de lo que podría ser en nuestras mentes.

En mi caso, digamos que, de niño, yo también planteaba ideas con personajes de distintas obras, cruzándolos sin ton ni son… porque la gente se creería que «Las Paridas de La Guarida» («LPdLG») surgió porque sí, pero no, era solo el fruto de años y años y años de ideas de hacer crossovers por toda la cara, también inspirado, cómo no, por «Marvel vs. Capcom» y similares. Claro que, de pequeño, no sabía que eso era fanfic. O badfic, como se hacen llamar a los fanfics que son… hmmm… bueno, el nombre es muy descriptivo.

Pero de «LPdLG» hablaré luego un poco (porque bastante os he dado la turra en el pasado), vamos a lo que vamos…

En la universidad, me reencontré con todo lo referido a «Megaman», sobre todo gracias a los foros que descubrí en su momento. En uno de ellos, «Ciel Network», fue donde aparte me enteré de lo que era realmente el mundo del fanfic, esos relatos escritos por fans, usando personajes y elementos de las obras originales. En aquel entonces pensé que, si quería sentirme integrado, también debería entrar en el juego del fanfic.

Así fue como nació «La Leona Furiosa».

¿De qué va ese fanfic? Ambientado en los juegos de la saga «Megaman Zero», narra la historia de Sarah, más conocida como Sekhmet, una Reploide que es testigo de los acontecimientos de los cuatro juegos, mientras va descubriendo la verdad de lo que sucede en Neo Arcadia e intenta redimirse, al tiempo que se enfrenta a Sacmis, una mujer que dice estar relacionada con ella, y se alía con Monty, un dron Pantheon desquiciado. Los nombres os serán familiares, desde luego. Menos todo el rollo de «Megaman Zero», claro. Eso es para los fans de la saga, y tengo entendido que la saga Zero no es muy querida entre los fans de «Megaman», que digamos (podría ser peor: podría ser la saga ZX).

La cuestión está en que utilizaba un recurso que no es para nada extraño en el mundo del fanfic: narrar los hechos oficiales desde el punto de vista de alguien que no es parte de los protagonistas, aunque en algún momento puede que crucen sus caminos, generalmente fuera de los acontecimientos principales. Para «La Leona Furiosa» tenía bastante de eso: Sekhmet, la protagonista de este relato, había sido entrenada por los Cuatro Generales de Neo Arcadia (y se detallaba un día de entrenamiento de cada uno); también había sido testigo indirecta de la resurrección de Zero; se enfrentaría con este durante el año de exilio del héroe rojo (es decir, en algún momento entre el final del primer juego y el inicio del segundo en la saga Zero, para no pisar eventos oficiales); vería la caída de Neo Arcadia en directo… Sí, tenía planes para básicamente todo. Y muy ambiciosos.

Quiero decir, ¡hasta subía aquello a Fanfiction.net y también hice la versión en español! Tenía la versión original en un inglés chapucero, y luego la traducía, y la colgaba en mi blog de relatos… Hasta que hice un buen borrado. Sí, también lo borré de Fanfiction.

Y ahora os preguntaréis «si tanto tenías planeado, ¿por qué lo dejaste?». Pues bien, hubo dos cosas que me llevaron a abandonar aquel proyecto: la deriva hacia los juegos de rol vía foro (que no dejaba de ser otra clase de fanfic, pero no lo llamábamos así), y el leer, por otros lares, que los fanfics… no eran algo bueno. Es en esos momentos cuando, movido por opiniones ajenas, decidí dejarlo estar. Y sí, en parte tenía un tinte misógino, como que qué es eso de un hombre escribiendo fanfics (y más con protagonista femenina), que si las Mary Sues y si la leche en vinagre, y… bueno, os hacéis a la idea, así que os remito de nuevo al artículo de Roldós.

Básicamente, el tema está en que uno tenía que asegurar su ¿hombría? en aquellos tiempos en que era más ignorante y de derechas. Así que me posicionaba en contra de los fanfics como algo inmaduro, que al final pasaríamos a crear cosas ‘de verdad’.

Y así llegamos a los webcómics, y a «LPdLG». Que no nos engañemos, esta fue una forma nada disimulada por mi parte de hacer un fanfic, pero como era un webcómic, pues nadie podía asociarlo con aquello. Claro que utilizaba el término badfic para referirme a mi webcómic porque era un imbécil que se autodespreciaba y, si bien es cierto que, como sabéis, tenía sus cosas malas, también tenía sus cosas buenas. Aparte, seré el autor, pero ¿quién soy yo para tanto desprecio? Porque el uso de la palabra badfic decía más de lo que podía significar realmente: no solo el autodesprecio, también se manda el mensaje de «claro que esto es malo, porque es un fanfic ilustrado, y de los penosos».

Pero sí: «LPdLG» era un fanfic, un crossover demasiado loco para ser verdad, combinando creaciones propias con otras ajenas. Fue lo que fue, y eso lo sabéis. Y nada cambiará.

La cuestión está en que esta realización, años después de terminar el webcómic, y el leer a la gente apasionada con el tema me hizo pensar. Sobre todo cuando las veía compartiendo los fanfics que encontraban, escribiendo los suyos propios, comentando lo que hacían y leían… mostrando una pasión por la obra original, dando una visión distinta y, como también menciona Roldós en su artículo, siendo «la única manera que estas mujeres tienen de liberar su voz crítica y artística, de luchar contra lo masculino como genérico y de sentirse representadas». Porque sí, gran parte de la gente a la que veía tan emocionada y apasionada con el tema eran mujeres.

Mi visión de los fanfics cambió bastante a raíz de ello. Había pasado de escribirlos a despreciarlos, a darles forma de webcómic (pura hipocresía), usar el término como insulto y autodesprecio… para, finalmente, aceptar la verdad: que son algo que, vale, no deja de ser una limitación por un lado porque estamos usando una obra ajena en vez de algo original, pero hay un esfuerzo detrás, un trabajo en crear un mundo nuevo a partir de otro existente, de dar un punto de vista diferente, de, en momentos, desafiar el status quo… Hay algo en los fanfics que te hace pensar en ese amor del fandom hacia la obra original. Salga peor o mejor.

Que sí, que lo sé, y todo el mundo lo sabe: hay mucha mierda en el mundo del fanfic, pero igual que en el mundo del no-fanfic, por así decirlo. ¿Y por eso hay que demonizarlo? Obviamente no.

Y sé que no leo ni escribo fanfics porque, en fin, uno tiene sus bloqueos artísticos y busca tiempo hasta debajo de las piedras sin éxito. Sin embargo, pese a que en un momento pensé reescribir lo que sí estaba hecho de «La Leona Furiosa» a modo de despedida… a veces… he pensado serioamente en retomarla. Bueno, realmente no es retomar esta historia, más bien he pensado en empezar de cero, porque tenía muchos problemas, y no me refiero solo a la forma en que está escrito. Hay temas que, vistos ahora, no los trataría igual. Y, no sé, pese a las veces que he pensado que podría adpatarse como obra de un universo propio, creo que es un proyecto que debe nacer, vivir y morir en el seno de «Megaman Zero», como planeé originalmente.

Siempre habrá tiempo (como sea, lo conseguiré) para obras originales. Como los NaNoWriMos, ¿no?

Así que sí, el fanfic, divino tesoro. Disfrutad leyéndolos y escribiéndolos, que no os dé vergüenza admitirlo. Hay gente más sabia que yo que ya lo ha dicho, claro, solo quería dar mi punto de vista personal al respecto…

Y me siento muy agradecido por haber leído a gente que sabe más y que me ha hecho un pelín menos idiota.

La Compañía Amable

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«Por una amiga… Por una amiga es distinto.»

Esta es una de esas historias que uno siempre oía por redes sociales. El nombre de la Compañía Amable salía no pocas veces por mi cronología de Twitter. Sabía de su escritora, Rocío Vega, por el webcómic «Chrysalis» que tenía junto a PREZ y basado en «Changeling», y por ser la autora de «Horizonte Rojo» (que todavía no he leído… lo sé, algún día debo saldar esa deuda). Puede que, hasta entonces, no hubiese leído mucho de su obra, solo fragmentos y un webcómic perdido en la noche de los tiempos, pero tenía confianza en que lo que escribía merecía la pena.

Así que cuando Cerbero decidió editar el primer tomo de las historias de estas aventureras, sabía que debía hacerme con él. Y, como con muchas obras de las que he hablado aquí, he quedado muy satisfecho.

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Portada de Cecilia G.F. [Fuente: Web de Ed. Cerbero]

«La Compañía Amable» es un recopilatorio de historias que, aparentemente, solo tienen como nexo común a este grupo de aventureras, en el pasado y en el presente… Pero, por supuesto, en cuanto llevamos un par o tres de ellas leídas, está claro que Vega tiene la idea de contar el presente de unas aventureras famosas y retiradas recordándonos su pasado, en el que aún eran unas perfectas desconocidas pero compartían una amistad, en apariencia inquebrantable.

El tema principal está claro: la amistad que une a Trígida la guerrera, Dalika la clérica, Violante la hechicera, Nadeeha la pícara y Ava la barda a lo largo del tiempo, en sus desencuentros, aventuras, fiestas y discusiones… pero también el cómo el paso de los años puede hacer mella de una forma muy notable y agridulce en los mejores momentos, porque la tragedia no es ajena en estas historias. Es palpable el contraste que se ve entre los relatos del pasado y los del presente, los cuales van hilando una historia más grande que se va construyendo pieza por pieza.

Esa parte agridulce, o más negativa, está representada especialmente por una Trig que nota la edad y las heridas en su cuerpo y alma. Las historias en el presente la tienen a ella como protagonista, con sus compañeras buscándola para hacer ‘encargos’, y vamos poco a poco descubriendo qué fue de estas. Es una forma interesante de ir presentando al grupo, sobre todo al intercalar el presente con las historias pasadas que ponen el foco sobre una o dos de las demás aventureras, en la que sabemos qué nos puede deparar su intervención en el presente. Vamos conociéndolas, aprendiendo de sus virtudes y defectos, de cómo un grupo que podría estallar se mantiene unido porque por muchas discusiones que haya, por una amiga… es diferente.

Así vamos descubriendo, además, el mundo en el que se mueven, y la influencia de la España medieval en sus ambientes y localizaciones. Es un detalle que se agradece muchísimo porque hay que sincerarse: nos hemos tragado tanta fantasía basada en el Medievo anglosajón y centroeuropeo que mirar nuestras raíces resulta un soplo de aire fresco. Esa combinación de elementos claramente árabes y otros latinos es palpable en la diversidad de la propia Compañía, en las fiestas que van desde tabernas típicas a bodas con un toque árabe, con casas que podrían estar perfectamente en la costa mediterránea mientras evitan que demonios clásicos hagan de las suyas. Es un mundo vivo donde todo es posible.

Y eso se aplica también a la visibilidad, la diversidad y la representación. Estamos hablando de unas historias en las que la Compañía, aun en sus años jóvenes, son competentes pese a sus múltiples defectos, y son tan variadas como toda clase de mujer puede ser: hábiles con la espada, devotas de su diosa, conjuradoras que controlan demonios, pícaras de lengua afilada y trovadoras dicharacheras. Las vemos divertirse, sufrir, luchar, sangrar, emborracharse, follar… Como cualquier grupo que va de aventuras fantásticas, vamos.

El amor surge entre ellas igual que el respeto y la amistad, algo que se ganan a pulso no solo entre ellas, sino también con los lectores. Y puede que la edad haga mella, pero ver a Trig con brazo en cabestrillo y prótesis en una rodilla enfrentándose con su espada a guardias impertinentes y norteños brutos (pero majos) demuestra que hay vida más allá de los treinta y que peinar canas no te descalifica como protagonista (ni a ella ni a sus amigas, que también reparten, tengan la edad que tengan).

En serio, creo que el ejercicio que hace su autora para darnos esta diversidad e inclusividad, tanto en edades como en géneros y sexualidad, debería ser la norma, pero en su escasez es siempre bueno celebrar que haya más y más gente que dé ese paso, que se dé esa representación. Encontrar esbirros sin importar su género, personas que no tienen por qué ajustarse a lo que debe ser su cuerpo o grandes personalidades no binarias son algo que en «La Compañía Amable» pasan a ser poco más que anécodtas y parte de su mundo, integrado, visible, respetado.

Un mundo que, como ya comenté, está vivo, y no solo por ese sabor español en su ambientación, pese a ser ficticio. También es un mundo que, como sus protagonistas, es imperfecto, donde la esclavitud está ahí (y ni nuestras amigas se libran de sus propios prejuicios), donde los demonios acechan desde otros planos de existencia para colarse en el nuestro, con ruinas que guardan secretos y una diosa, Avastrad, que predica a través de sus órdenes eclesiásticas un amor, cuanto menos, egoísta.

Es, en conclusión, «La Compañía Amable» una lectura claroscura, donde la buena diversión convive con momentos sobrecogedores, donde la luz del pasado crea sombras en el presente, en la que, por mucho pesimismo que haya (y no anda corta la colección), siempre puede haber algo de esperanza. Porque aún nos queda ver mucho de estas aventureras experimentadas.

Y para quienes tengáis dudas, siempre podéis descargaros en Lektu el audiolibro de «Por una amiga», el primero de los relatos.

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